Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

La crisis política que azota a nuestros hermanos brasileros es una tragedia de proporciones. Se acusa a la Presidenta de haber incurrido en malas prácticas graves.

También hay parlamentarios que están bajo investigación, incluyendo a muchos de los acusadores. Desde la destitución de los Ministros Dirceu y Paloci del primer gabinete de Lula, por sobornar a parlamentarios para asegurar la aprobación de leyes, las malas prácticas parecen haberse ampliado. 

La opacidad de la política es un ambiente que esconde y promueve esas malas prácticas. Alcanzar mayores niveles de transparencia es doloroso en el corto plazo, pero reditúa con creces a la larga, especialmente para relegitimar la política con la ciudadanía. Este columnista desea fervientemente que esta crisis de corrupción y pérdida de legitimidad amaine pronto.

La economía brasilera está mostrando signos preocupantes asociados a la crisis política, especialmente en lo fiscal. En particular, el Fiscal Monitor 2016 del FMI proyecta un deterioro de las cuentas fiscales brasileras. 

La deuda pública neta pasaría desde un 30% del PIB en 2013 a un 48% en 2017, y se duplicaría hacia 2021. Esto ocurriría por el sorpresivo deterioro del déficit fiscal relevante en 2015 (2,5% del PIB peor que lo que se proyectaba hace un año), y correcciones similares de las proyecciones a partir de 2016. 

Un gobierno políticamente fuerte es una condición necesaria para la disciplina fiscal y, por lo mismo, la crisis política está contaminando el manejo fiscal de nuestros hermanos brasileros.

Pese a las indudables fortalezas económicas de Brasil, una trayectoria explosiva de la deuda pública puede ser inocua en el muy corto plazo, pero más temprano que tarde termina por gangrenar el resto de los equilibrios macroeconómicos, como la propia historia brasilera ha demostrado. Especialmente en economías que tienen una profundidad financiera acotada.

Cada vez que Brasil lo ha pasado mal económicamente, Chile también lo ha pasado mal. A veces porque ambas economías han enfrentado shocks similares, como en la crisis de los 80, o la de 2008. Otras veces ha sido porque en el resto del mundo existe la percepción que estamos correlacionados económicamente, como en la crisis asiática de 1997-98. Sólo a partir del lanzamiento del bono soberano de 1999 pudimos desacoplarnos. 

Otras veces es porque Chile se ha contaminado directamente desde Brasil, como en 2003. En ese entonces Brasil tuvo una crisis de credibilidad internacional, ante el advenimiento del gobierno de Lula. Sólo cuando éste dio promesas creíbles de manejo fiscal disciplinado esa borrasca se deshizo (y, de paso, Lula pasó de villano a héroe en los foros internacionales). 

En el peor momento de ese episodio, el tipo de cambio en Chile se elevó por sobre los CLP 700/US$, como consecuencia de coberturas cambiarias masivas de brasileros en el marcado forward chileno. También en la crisis mundial de 2008 Brasil irrumpió masivamente en nuestro mercado forward. Esa puerta de contagio Brasil-Chile seguirá abierta en el futuro.

Sopla viento norte desde Brasil. Como en la meteorología, no hay certezas del futuro, sino probabilidades y riesgos. Es mejor que las autoridades y el sector privado tengan algún plan de contingencia, por si acaso.

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