Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera
Entré a estudiar economía en la Universidad de Chile en 1971, en momentos en que la intolerancia recíproca en el país ya estaba exacerbada. Los académicos del Instituto de Economía ya venían separados en bandos irreconciliables. También la Universidad estaba dividida: cada lado preparaba su propuesta para reformar la Universidad, las que se jugarían el todo o nada en un plebiscito. Así estaban las cosas. Todos con mucho que decir y nada que escuchar.
En ese ambiente de la facultad vivía Samuelson, un quiltro callejero con algo de policial. Grandote y juguetón, era claramente el perro alfa del barrio República. En un día trágico, murió atropellado. Se inició una romería espontánea y masiva, donde Samuelson fue paseado por las casonas que conformaban la Facultad. Esa anécdota tuvo algo de alegórico. El funeral de Samuelson disipó por un instante las intolerancias en que estábamos sumergidos.
El nombre de la mascota estaba inspirado en Paul Samuelson, en ese entonces el economista vivo más famoso y recién galardonado con el Premio Nóbel. Sus textos eran lectura obligada en casi todas las escuelas de economía del mundo. Brillante en la academia y columnista prolífico en los medios, también ejerció como asesor de Kennedy y Johnson. Fue un gran impulsor del uso de las matemáticas en el razonamiento económico. Sus contribuciones en comercio exterior, economía del bienestar, finanzas públicas y microeconomía mantienen una porfiada vigencia. Gran polemista hasta el final, la crisis de los países desarrollados de 2008 inspiró su artículo «Adiós al capitalismo», de Friedman y Hayek, una feroz crítica al pensamiento neoliberal (“Los sistemas de mercado no regulados tarde o temprano se suicidan”).
Pero hay una contribución particular de Samuelson que quiero destacar. Dice Samuelson que una economía más eficiente (con más ingresos y menos costos) no necesariamente es mejor. Si hay ganadores y perdedores, ese equilibrio es peor para los perdedores. Samuelson demostró matemáticamente que la mayor eficiencia debe compensar a los perdedores para que el nuevo equilibrio sea irrebatiblemente superior. Por ejemplo, imagine que Uber termina imponiéndose en el mercado hasta exterminar a los taxis convencionales. La sociedad, en su conjunto, estará unánimemente mejor si los taxistas desplazados son compensados o reconvertidos a otros oficios de ingreso similar. Simple y, a la vez, profundo.
Nuestro país requiere de transformaciones profundas para aspirar a ser desarrollados. Pero el ambiente político no es bueno. En el debate se nota crecientemente esa actitud donde se tiene mucho que decir y nada que escuchar. Como en mi Facultad en 1971.
El Presidente Piñera ha llamado esta vez a construir acuerdos amplios. A mi juicio, la nueva oposición debería estar disponible para conversar. Hay un vasto espacio para alcanzar acuerdos mayoritarios en el espíritu de Samuelson: transformación productiva sin dejar a nadie atrás.