Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera
El Maddison Database de la Universidad de Groningen (Holanda) tiene una prestigiosa base de datos históricos del PIB para un gran número de países. Para Chile, por ejemplo, tiene información anual a partir de 1810. Sobre la base de esa fuente sabemos que a fines del S. 19, Argentina y EE.UU. peleaban codo a codo cuál era la economía más rica del planeta. En 1896, el mejor año para Argentina, su PIB per cápita era el más alto del mundo. Sobrepasaba en 15% al de EE.UU. y era 2,4 veces el de Chile.
50 años después, el PIB per cápita argentino era la mitad (55%) del de EE.UU. y 1,8 veces el chileno. En 2016, el último año registrado en esa base, ya era un tercio (35%) de EE.UU. y Chile superaba a Argentina en 15%. En breve, 120 años de deterioro persistente de la posición relativa de Argentina.
Me encanta Argentina. Me gusta su gente, la desfachatez de los garzones al atender, su música, sus librerías, su deporte. En las milongas (salones de baile) conviven jóvenes y viejos (los más grandes) provenientes de distintos grupos sociales. No conozco nada parecido a eso aquí. Pasear por Buenos Aires, Córdoba o Bariloche es un placer acogedor. Y suma y sigue. Pero la política en Argentina es de mala calidad. En Chile, la política todavía atrae a gente talentosa (y a otra no tanto), con un genuino interés por construir un país mejor. En Argentina, en cambio, los talentosos tienden a arrancar de la política activa. Y esa ha sido su perdición.
El resultado de las primarias sorprendió: el 15% de ventaja de Alberto Fernández por sobre Mauricio Macri no fue previsto por las encuestas y cambia el panorama para las generales de octubre. Pero junto con esa sorpresa, también queda la sensación de un “deja vu”, en el sentido que en esas elecciones la mayoría “votará en contra”: los que voten por Macri lo harán para que no vuelva el kirchsnerismo al poder; los que voten por Fernández lo harán para que no siga un gobierno que lo ha hecho mal. Mala cosa.
La carga del kirchsnerismo no es poca. La opacidad del caso Nisman, de la corrupción al más alto nivel, el clientelismo y la mentira sistemática, son elementos que en cualquier otro país derrumbarían una opción presidencial. Pero la carga de Macri también es contundente. El ajuste de las tarifas públicas, que debía hacerse sí o sí, se hizo mal. La brusquedad del primer paso generó un repunte inflacionario que marcó el comienzo del fin.
En efecto, con la larga tradición inflacionaria de Argentina, el refugio frente a esos episodios es el dólar de EE.UU. Y así pasó: la corrida contra el peso argentino hizo perder el control económico del corto plazo al gobierno. Y, a partir de allí, la prioridad pasó a ser el recuperar el control perdido. En breve, sobrevivir en el corto plazo. Y eso no es gobernar.
Pese a todo, cuando el Presidente Macri termine su mandato marcará un récord curioso. Será el único presidente no peronista, elegido democráticamente que logrará completar su período constitucional en los últimos 70 años.