Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

Este columnista tuvo el privilegio de encabezar el equipo que diseñó la reforma tributaria de 1990. Aunque muchos de los dilemas que surgieron fueron resueltos por una comisión programática superior, los más de fondo se resolvieron en una reunión con Boeninger (la cabeza política del programa), Foxley (la cabeza económica) y el candidato Aylwin. Este último escuchó a sus colaboradores cercanos antes de transparentar sus ideas y generar un intercambio. La síntesis final la hizo Aylwin: “Si ustedes dos (Boeninger y Foxley) coinciden en el curso de acción yo no seré un obstáculo”. El columnista, en tanto, guardó riguroso silencio pero atesoró esa experiencia como una lección de buen gobierno.

En las tareas públicas -incluyendo lo tributario- existe un área de lo político y otra de lo económico. Es incorrecto decir que una termina donde empieza la otra, como si existiera una frontera entre ambas. Por el contrario, lo político se entrecruza con lo económico, con un espacio relevante cubierto por ambas lógicas. Entonces, ¿es la lógica política o la económica la que debiera imperar?

Esa pregunta plantea un dilema falso. Si la lógica económica le pasa la aplanadora a la política, más temprano que tarde ésta se cobrará revancha. Esa mezcla es propia de gobiernos autoritarios, donde las reglas del juego pueden terminar junto con el régimen, como el Irán liberal del Sha Reza Pahlevi que terminó con la rebelión islámica de los ayatolas. O como en el caso de la dictadura chilena, donde la inversión -que es una apuesta más allá del gobierno de turno nunca alcanzó los promedios previos ni menos aún los posteriores.

Si es la lógica política la que le pasa la aplanadora a la lógica económica, será esta última la que se cobrará su revancha. La lógica de alcanzar los sueños “más rapidito” choca con la dura realidad económica. Todas las transiciones a la democracia de los años 80 en Sudamérica, con la sola excepción de la chilena, cayeron en graves y profundas crisis a poco andar, y donde los sueños quedaron en un segundo plano frente a las urgencias del corto plazo.

La respuesta no está en la hegemonía de lo económico sobre lo político o viceversa, sino en que ambas lógicas dialoguen hasta que duela. Ése fue uno de los múltiples méritos de Aylwin, que empoderó a la trilogía Boeninger-Correa-Foxley. Como el mérito de Clinton y su legendaria dupla Panetta-Rubin. O la de Tony Blair con John Prescott y Gordon Brown. O como en Corea del Sur, donde bajo un régimen presidencialista existe un Primer Ministro al que el resto del gabinete debe rendirle cuentas y un Vice Primer Ministro que por ley es el Ministro de Estrategia y Finanzas.

No es en la cabeza del Jefe de Estado donde se resuelven las contradicciones de las dos lógicas, sino en la dialéctica entre Ministros políticos y económicos debidamente empoderados donde está la esencia del buen Gobierno. Así, al Jefe de Estado le llegan soluciones más que problemas, y sólo tendrá que dirimir desacuerdos irremontables, si los hay.

El buen gobierno no es materia de derechas o de izquierdas. Cualquiera sea el signo, pasar la aplanadora política a la lógica económica produce reformas con discapacidad.

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