Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

Hace algunos años tomé un taxi en EE.UU. y, curiosamente, el taxista era americano. La conversación, derivó en una serie de diatribas contra los latinos. Con suavidad repliqué “parece que todavía hay racismo en EE.UU.”. La respuesta, tajante, fue “no lo suficiente”.

¿Usted sabe reconocer a un discriminador? ¿A un intolerante? Destaco algunos rasgos: tiene mucho que decir y nada que escuchar; los discriminados son todos igualmente culpables, sin matices; el maltrato es plenamente justificado, y así. Digo lo anterior a propósito de que en el debate nacional están apareciendo algunos de estos signos. Se habla de “los políticos” como si todos fueran frescos; o de “los empresarios” como si todos fueran malvados. Mala cosa.

Todos los países desarrollados tienen grupos económicos poderosos y partidos políticos fuertes, sin excepción. Chile no podrá alcanzar el pleno desarrollo con políticos y empresarios menoscabados. Para esa travesía no sobra nadie: empresarios, trabajadores, pueblos originarios, mujeres (ojalá empoderadas), políticos (ojalá visionarios), inmigrantes, etc. Forma parte del progreso combatir la delincuencia, la corrupción, los abusos de mercado y otros males.

Pero ese combate es caso a caso. “Todos los empresarios son abusadores” es una generalización incorrecta.

Debo advertir que nunca he trabajado profesionalmente en el sector privado y probablemente nunca lo haré; que no poseo acciones ni participación en empresas, y que opino libre de conflictos de interés.
Parte importante de la mala imagen de los empresarios está basada en revelaciones de malas prácticas. La solución es combatir y castigar esos actos, fortaleciendo a las instituciones encargadas. Pero creo equivocado generalizar porque un mejor futuro sí necesita empresas y empresarios innovadores.

Fui crítico de la reforma tributaria no por subir los impuestos (estaba y estoy de acuerdo con eso), sino que por castigar las utilidades que se ahorran (el ahorro es importante para crecer). También critiqué la reforma laboral, pero no por nivelar la cancha (de acuerdo), sino por introducir privilegios sindicales de alto costo e inexistentes en las economías que funcionan bien. Respecto de aumentar en 5% la cotización con cargo al empleador, mi comentario fue que la cotización debe aumentar en más que eso para garantizar pensiones dignas en el futuro (estándar OCDE), que ese aumento debe ir a las cuentas individuales y que el pilar solidario debe financiarse por otras vías (propuse un aumento del IVA). Por último, la Cámara aprobó reducir en cinco horas semanales la jornada de trabajo, idea a la que en principio no me opongo, pero con una gradualidad que permita traspasar parcialmente el costo a las remuneraciones.

Sin embargo, no me cuadra el efecto acumulado de la reforma tributaria, la laboral, el aumento de cotizaciones con cargo al empleador y la reducción de la jornada laboral manteniendo las remuneraciones. Todo eso, ¿no será como mucho? Me huele a maltrato, a castigo, como si las empresas y los empresarios, como grupo y sin matices, fueran culpables de algo.

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