Para sus 30 años de aniversario, el Diario Financiero convocó a los ministros de Hacienda a escribir sobre lo aprendido mientras encabezaron la cartera. Alejandro Foxley participó con la columna «Crecimiento con equidad y política de los acuerdos».

“La economía creció en promedio más de 7% al año y de 5 millones 500 mil pobres en 1990, pasamos a 3 millones 900 mil. Se trata de un millón 300 mil compatriotas cuyo horizonte de vida cambió en un periodo extraordinariamente breve”. 

Aquel párrafo es un extracto de la Cuenta Pública que di como ministro de Hacienda en 1994. Hoy, 24 años después, busco las lecciones que aprendimos y que puedan servirle a quienes también emprendan ese desafío. 

Ciertamente no es uno fácil y en nuestro caso tuvo complejidades particulares. Fueron 17 largos años de dictadura, había mucho por hacer, por corregir y avanzar, pero también había ganas y esperanza frente a los nuevos desafíos de un país que recuperaba su democracia. 

De inmediato entendimos que no basta con tener buenos objetivos finales si no se cuenta con una base política más amplia que apoye un objetivo que puede sonar tecnocrático. Por eso pusimos en el centro del programa la idea de crecimiento con equidad y la política de los acuerdos para conseguirlo.

Los principales proyectos de ley- comenzando por la reforma tributaria que aumentó la recaudación fiscal un 3% del PIB- fueron aprobados por una mayoría amplia, que incluía a RN. 
Además, todos los años convocamos en abril y noviembre a diálogos tripartitos con las principales organizaciones sindicales y el sector privado. Así logramos acuerdo con ambos para el reajuste de remuneraciones, el gasto social, la reforma laboral, entre otros. 

Con estos ejemplos es posible demostrar que se pueden manejar las presiones contradictorias de los grupos de interés hasta conseguir apoyo para medidas que reflejaran el interés general del país. Lo importante era no transar el objetivo principal, pero sí abrirse a modificar el resto, dando espacio a las preferencias reales o simbólicas de los actores político-sociales. 

Además, en este escenario, continuamos con lo que creíamos era el camino correcto: la apertura económica, con sus virtudes y defectos. Supusimos que la tendencia mundial iba a ser de más integración- no menos- y que debíamos anticiparnos.

Comenzamos a suscribir acuerdos comerciales hasta los 26 que tiene Chile hoy y que representan el 86% del Producto Interno Bruto Mundial y más de la mitad de la población del planeta.
Pero aún veo una agenda inconclusa: el crecimiento estable y permanente de la economía chilena no puede depender de los vaivenes mundiales. Necesitamos un crecimiento endógeno, con fuerzas creativas que permitan aumentar la productividad a tasas más altas de las observadas en los últimos años. 

El país necesita de esa creatividad, que está viva y bullente en las nuevas generaciones. Debemos reformular el Estado para que los jóvenes vean en él no un inflexible ente burocrático, sino la oportunidad para potenciar las nuevas ideas.

Chile los y las necesita para pasar de ser un país de ingreso medio a uno de economía avanzada. Pero lo más importante: para lograr un desarrollo inclusivo, donde nadie quede atrás, donde el progreso llegue a cada habitante del país.

Diario Financiero


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *