Para el ex vicepresidente del Banco Central, la acción del ministro Rodrigo Valdés ha sido un aporte, pero insuficiente. Considera que no tuvo la fuerza necesaria ni en la reforma tributaria ni en la laboral, como tampoco en los componentes de la discusión constitucional.

Manuel Marfán se junta cada tanto a conversar con Ricardo Lagos Escobar, con quien coincide en su preocupación por los temas de futuro. Esa preocupación por el Chile que viene y cómo se trabaja en pos de ello, cruza sus propuestas (ver página 6) y también su mirada crítica de lo que sigue haciendo el actual Gobierno, donde cree que se desmerece la lógica económica y se escucha poco al ministro de Hacienda Rodrigo Valdés. Advierte sobre el peligro de ser capturados por los intereses corporativistas, como el de los estudiantes, y sobre el riesgo de una “argentinización de Chile”.

Usted ha levantado la voz en el actual período de gobierno advirtiendo sobre la calidad de las reformas y la pérdida de foco en el crecimiento. ¿Ha mejorado algo de eso este año?

No son dos temas, sino uno, en el sentido siguiente: el país al cual yo aspiro no es muy distinto al cual aspiran las autoridades. No hay una crítica respecto del propósito final al cual se quiere llegar, sino que el tema es que para lograr esos objetivos, para mí es imprescindible tener un proceso de crecimiento económico. Es un componente sin el cual no puede existir ese país que queremos. Y entonces, cuando se hacen estas reformas, en las cuales la variable que se termina sacrificando es el crecimiento económico, no es un dato, se comete un error. Por eso, cuando el ministro de Hacienda alerta sobre estos temas y no se le escucha, el problema no está en él, sino en el que escucha y no le hace caso. Si uno quiere ser voluntarista, termina haciendo cosas que hacen inmanejable el sistema. La reforma a la educación superior que se acaba de mandar tiene bastante lógica hasta el año 2017. Pero de ahí en adelante es un proyecto infantilista. Ese es un concepto de ciencias políticas que se refiere a aquellos que creen que se puede avanzar más rápido y llegar más lejos que lo posible, y eso es falta de pragmatismo y al final la cuenta se paga muy cara.

Pero los dirigentes estudiantiles y los diputados que vienen de ese mundo han dicho que el financiamiento de la educación no puede estar atado a cómo le vaya a la economía o al cobre.

Me parece muy bien que tengamos una juventud que discute los temas de interés público, pero esa es la típica demanda de los intereses corporativos, y es malo que este país se vuelque a resolver los problemas sobre la base de las luchas corporativas. Está muy bien que los estudiantes se movilicen, pero no pueden esperar que el país se adapte a ellos. Están muy molestos porque no se les da gratuidad a los más ricos, pero es una presión que no tiene por qué aceptar el resto del país, porque ese resto tiene otras prioridades. Cuando yo discuto sólo entre iguales, siempre vamos a llegar a la conclusión que tenemos muchos derechos y pocas obligaciones.

¿Y cómo tiene que actuar la autoridad frente a eso?

No es conveniente para el país que la lógica de la reforma laboral sea la del interés corporativo de los trabajadores, o que la lógica de la reforma educacional sea la del interés corporativo de los estudiantes. El corporativismo, como un elemento superior al interés nacional para resolver los problemas, es muy perverso. Y eso no es socialismo, porque el socialismo siempre ha tenido como elemento central de su pensamiento el desarrollo de las fuerzas productivas y cuando uno se queda sin esa parte y sólo con la cosa corporativa, se parece mucho más al peronismo que a otra cosa.

Pero, en buena medida, el peronismo se identifica con la izquierda.

Lo que sucede es que en América Latina lo que hemos tenido es precisamente una izquierda que no es socialista. Si a mí me preguntan por Venezuela, por la Argentina de los últimos años, por el Brasil de Dilma, por Nicaragua, por Ecuador, por Bolivia, lo que hay allí es un corporativismo populista y no se parece en nada a los 40 años de gobierno socialista que hubo en Suecia y que logró llevar a ese país del subdesarrollo al desarrollo, ni a la España de Felipe González. Esto otro es más bien un socialismo que tiene un componente de la denuncia, pero con soluciones muy confusas, y en Chile es un error que caigamos en esa lógica, porque no ha permitido lo que al final es el objetivo: que las próximas generaciones puedan vivir en un país donde los valores sean la igualdad, la libertad y la fraternidad. Para ese tipo de proyecto-país no resulta decir: “yo quiero llegar allá, así que lo pongo en la Constitución hoy día”. Eso no hace sentido, porque al final es voluntarismo. 

Sin embargo, en este período parte de su partido ha acompañado ese voluntarismo.

Tengo la impresión que se vio que para avanzar más rapidito había que degradar a la lógica económica, de manera que fuera la lógica política la que permitiera avanzar, y esa es una pésima idea, lo mismo que al revés. Ambas deben discutir y sobre esa base tomarse las decisiones. Debe ser un mix. En cambio, forma parte del diseño de este gobierno el desmerecer a la lógica económica, porque eso es lo que ha faltado. 

¿Algo de esa lógica económica se repuso con el ministro Valdés?

Lo que ha mejorado, pero es insuficiente, es que el ministro Valdés sí ha tenido poder para tener un mejor manejo de corto plazo de las cuentas fiscales. Sin embargo, esa fuerza no la tuvo en la reforma laboral, ni en los componentes de la discusión constitucional, ni en la reforma tributaria. No es culpa del ministro, sino que la responsabilidad es de este diseño de gobierno en el cual se quería que hubiese una autoridad económica con menos peso. 

¿En el año y medio que queda de gobierno puede haber un cambio o seguirá más de lo mismo?

No sé, pero tengo la impresión, por ejemplo, que la discusión constitucional ha estado mal orientada. Haciendo un símil, es como hacer un presupuesto sobre la base de una discusión ciudadana, y ese es un tema pendiente mayor. Espero que prime la cordura, lo cual no significa que yo quiera un país distinto al que quiere la Presidenta. Pero todos esos anhelos no son posibles si la torta es del mismo porte. En cambio, es posible en la medida que el país crece y avanza.

¿Rodrigo Valdés está logrando ser un buen ministro de Hacienda dado el contexto?

La respuesta no es sí o no. Normas de buen gobierno es con ministros empoderados y el ministro de Hacienda no ha estado empoderado. ¿Es culpa del ministro? No. Es un problema de diseño del gobierno, que viene desde la época de la campaña. Es responsabilidad del equipo programático. ¿Significa eso que Valdés debería renunciar? Yo creo que esa es una bala de plata que se puede jugar una pura vez. Y pese a todo, tengo la impresión de que hoy día es el momento de mayor empoderamiento que ha tenido Rodrigo Valdés, pero todavía no es suficiente.

La prueba de fuego definitiva será el Presupuesto 2017, ¿cómo lo ve para ello?

La principal negociación que hace el ministro de Hacienda en materia presupuestaria es para construir el proyecto de ley. En ese sentido, es mucho más importante la negociación dentro del gobierno que después la discusión parlamentaria. En este momento estamos en ese punto álgido y el ministro tiene el poder político interno dentro del gobierno para hacer una buena negociación y el respaldo que la Presidenta le dio públicamente. 

¿Entonces tiene asegurado el poder cumplir con un presupuesto acotado y rebajar en 0,25% el déficit estructural?

Las probabilidades de que lo pueda cumplir son muy altas, porque lo noto algo más empoderado. Una salida de Valdés sería políticamente muy grave para el gobierno y cuando digo que está un poquito más empoderado, en parte se refiere a eso también. O sea, uno no se puede deshacer de su ministro de Hacienda, porque se pagan costos demasiados altos. Entonces está dispuesto a aceptarle más cosas, porque un ministro de Hacienda permanentemente disgustado porque no se le escucha, siempre puede usar su bala de plata.

¿Cuál es el escenario de riesgo que ve para Chile?

Quejarnos de que el resto del mundo está mal y que, por lo tanto, nosotros tenemos que agachar la cabeza frente a eso y que no hay mucho que hacer. La lógica de que ‘ya que está mal y crecemos poco, mejor repartamos lo que ya tenemos’, puede significar una argentinización de Chile y eso sería muy malo. Argentina es un país que lo tuvo todo, todo, para dar el salto al desarrollo hace poco menos de 100 años y, sin embargo, ahí está. 

¿El riesgo entonces para Chile es pasmarse?

Por supuesto. Esa es la trampa del ingreso medio que habla Foxley. Es estar ahí, ad portas de la oportunidad, no reconocerla, no aprovecharla y condenar a nuestros hijos a que sean iguales a nosotros.

Fuente: La Tercera

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