Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

Cuando Arturo Vidal chocó, molestó que manejara bajo la influencia del alcohol. Y nadie que yo sepa se resintió porque iba en un Ferrari. Vidal es uno de los mejores mediocampistas del mundo, obtiene ingresos acordes con su calidad, y puede darse el gusto de mantener un Ferrari en Chile. ¿Y si ese accidente le hubiera pasado a un empresario exitoso? Quizás de manera menos mediática, la opinión pública habría reclamado penas severas por conducir ebrio, y la empatía por la pérdida del Ferrari habría sido nula. Por el contrario, muchos se alegrarían de que un empresario también la pase mal. ¡Y mientras más mal, mejor!

Escribo lo anterior a propósito de la desconfianza generalizada que existe en Chile hacia las instituciones y las empresas. La encuesta CEP (abril – mayo 2017) contiene algunas cifras que dan para pensar. Solo el 13% de la población confía en las empresas privadas, superando solo a las instituciones de la política (gobierno, Congreso, partidos). Más de la mitad de la población cree que las empresas privadas abusan (desde 56% de la población para las empresas de agua, gas y electricidad, hasta 80% para las AFP). El 75% de los chilenos cree que la mayoría de los políticos está en la política para obtener beneficios personales. El 66% de la gente está de acuerdo con la frase “hoy en día uno no sabe en quién confiar”.

¿Será verdad que los chilenos nos movemos en una sociedad de depredadores que quieren abusar de nosotros? ¿Somos realmente una sociedad hostil? Lo que no me hace sentido es que el 68% de esa misma sociedad está satisfecha o muy satisfecha con su vida. ¡Plop!

No es ingenuo pensar en poner en retirada la desconfianza y avanzar más hacia una cultura de cooperación. Como lo es en las sociedades más avanzadas. Ellos se lo propusieron, lo lograron, y se preocupan día a día de cuidar ese entorno. Presidentes matones y fanfarrones como algunos son un accidente de la historia (espero). Y si ellos pudieron, ¿por qué no intentarlo?

Le pongo un ejemplo: imagínese por un instante que el empresario del primer párrafo no sea un depredador (del medio ambiente, de los consumidores, los proveedores, etc.) y que se haya hecho rico en buena lid (como Vidal con el fútbol); que las empresas privadas sean menos autorreferentes y más comprometidas con la sociedad, logrando mejorar la legitimidad social de la búsqueda de negocios rentables. No creo que exista una política de crecimiento mejor que esa. En los juegos cooperativos inteligentes todos ganan. Cuando nos depredamos los unos a los otros todos perdemos. Siento que sopla una suave brisa en esa dirección con las nuevas dirigencias empresariales. Ojalá sea premonitorio.

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