Autor: Alejandro Foxley
Fuente: Revista Qué Pasa
Estoy convencido de que un grupo de países de América Latina podría alcanzar en los próximos 10 a 20 años la meta de convertirse en economías avanzadas y lograr un ingreso per cápita anual de US$ 23.000. Esto equivale al PIB per cápita de Portugal, que fue el último en acceder al club de los países avanzados. Si uno proyecta las tasas de crecimiento que el FMI tiene hasta 2015, Chile, Uruguay, México y Argentina podrían lograr la meta en los próximos 10 a 12 años. Y Brasil, Perú y Colombia convertirse en economías avanzadas en los próximos 20 años.
¿Cuáles son las razones para un pronóstico tan optimista?
«Nada asegura a nuestros países que el salto hacia una economía avanzada ocurra automáticamente, incluso si el auge de precios de commodities y el apetito de China e India por nuestros recursos naturales siguen intactos».La primera es el buen manejo macroeconómico que mostraron la mayoría de los países latinoamericanos durante la actual crisis financiera global. A diferencia del pasado, no se presentaron grandes desequilibrios fiscales, la deuda pública es moderada y la regulación financiera mejoró mucho durante la última década. La integración a la economía mundial ha sido acompañada por una diversificación comercial, en especial hacia los mercados asiáticos. Además, la pobreza se ha reducido sustancialmente en toda la región.
La segunda razón tiene que ver con las condiciones políticas que prevalecen en América Latina, que hoy cuenta con una masa crítica de democracias consolidadas, economías de mercado establecidas y políticas sociales más activas. Gobiernos de centroizquierda y centroderecha han convergido, en los hechos, hacia el centro y hacia políticas sociales progresivas. Brasil, Chile y Uruguay fueron ejemplos de ello en los años 90, a los que les han seguido Paraguay, El Salvador y República Dominicana. Los gobiernos de Santos en Colombia y Piñera en Chile son ejemplos de una centroderecha que se mueve hacia el centro en políticas económicas y sociales.
Esto es un buen augurio para la estabilidad política, el histórico talón de Aquiles latinoamericano. Si uno le agrega que la influencia de los regímenes populistas y su tendencia a tomar decisiones erráticas está en declive, hay razones para ser optimista.
Las noticias incómodas son que nada asegura a nuestros países que el salto hacia una economía avanzada ocurra automáticamente, incluso si el auge de precios de commodities y el apetito de China e India por nuestros recursos naturales siguen intactos.
Un riesgo que corre la región es el de convertirse en víctima de su éxito. Irlanda es un ejemplo de ello. Una de las lecciones de esta experiencia, calificada como milagro, se refiere a los riesgos en que incurre un país -consumidores, banqueros, gobierno- si se acostumbra a algo dado: un crecimiento permanente de los ingresos del 6% al 7% al año, sin importar cómo se financia. Esto predispone a individuos, empresas, bancos y gobierno a consumir y sobreendeudarse, creando una burbuja financiera que tarde o temprano puede estallar. Países que hasta hace poco considerábamos modelos a imitar, como España, Irlanda, Portugal y Grecia son una muestra de las consecuencias que tiene un ciclo de este tipo. Ninguno de ellos logró escapar a sus burbujas financieras.
«La credibilidad de las instituciones democráticas debería ser en el futuro cercano una de las principales fuentes de la competitividad internacional».En América Latina no estamos alejados de este síndrome.
El positivo pronóstico de crecimiento (la proyección para 2011 y 2012 es que los países emergentes crecerán más de 6% al año, doblando el promedio de la economía mundial) y el buen manejo de la crisis han vuelto a nuestras economías muy atractivas para el capital extranjero. Brasil, Chile, Colombia y Perú, entre otros, han experimentado un fuerte ingreso de capitales internacionales, acompañado de una apreciación cambiaria, pérdida de competitividad para sectores exportadores, consumo excesivo y un potencial sobreendeudamiento de los hogares.
Este escenario se torna aún más riesgoso para los exportadores de commodities. Éstos son, además, propensos a la «trampa de los recursos naturales»: altos precios de las materias primas agregan aún más presión a la apreciación del tipo de cambio y contribuyen a una sobreexpansión cíclica de la demanda.
Pero el mayor riesgo para el desarrollo futuro de nuestras economías es algo más sutil. Se trata de lo que expertos denominan «la trampa del ingreso medio», una suerte de síndrome que afecta a países con un nivel de desarrollo intermedio, como es el caso de las naciones latinoamericanas. El argumento básico es que estas economías han alcanzado un nivel cómodo de ingresos, pero parecen no ser capaces de dar el siguiente gran salto.
Entre los países de ingresos medios, Malasia y Tailandia son ejemplos claros de esta trampa. Después de crecer a un ritmo acelerado, el crecimiento se redujo y las inversiones bajaron. Hoy se encuentran atrapados entre dos bandos: la competitividad que les otorgaba una mano de obra barata quedó atrás, ya que países como Vietnam, Camboya, Laos y China ofrecen mejores términos. Y no han logrado incorporarse a la cadena de alto valor agregado, como el que ofrecen productos y servicios de Corea, Japón y China.
México y Centroamérica ya lo experimentan con China en la parte baja de la cadena tecnológica, con textiles y manufactura liviana. En el sector de alta tecnología, Corea del Sur, Japón, Taiwán, e incluso India y China representan una amenaza para la meta de Brasil y Argentina de transformarse en competidores globales en áreas de manufactura avanzada.
¿Qué podemos aprender de todo lo anterior?
La primera lección es la importancia de ahorrar en tiempos buenos para afrontar los malos. Acumular reservas adicionales generadas por el boom en los precios de los commodities, a través de fondos soberanos, es una manera de evitar «la trampa del ingreso medio».
La segunda lección viene de Asia. Un proceso de integración de abajo hacia arriba, que comience en las empresas, creando cadenas de suministro e infraestructura regional funciona mejor para aumentar la competitividad que el enfoque de arriba hacia abajo que se ha utilizado en América Latina.
Una tercera lección es la importancia de las instituciones democráticas. La credibilidad de las instituciones democráticas debería ser en el futuro cercano una de las principales fuentes de la competitividad internacional. Esto marcará la diferencia que permitirá a los países de América Latina convertirse en economías avanzadas y democracias maduras o, por el contrario, quedar permanentemente atrapados en la «trampa de los ingresos medios».