El investigador Robert A. Blecker plantea que México, en vez de verse ante una disyuntiva convencional entre equidad y eficiencia, se encuentra en un punto que le permite potenciar al mismo tiempo el crecimiento económico y la inclusión social.

Este paper será parte de un libro que Cieplan publicará próximamente con el objetivo de hacer un aporte a la reflexión sobre Latinoamérica desde la mirada de once investigadores chilenos y extranjeros sobre temas relacionados con desarrollo inclusivo, innovación y productividad en América Latina, considerando lecciones que se pueden aprender de algunas experiencias asiáticas.

La publicación forma parte de un proyecto conjunto entre Cieplan, American University y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Resumen

Las industrias mexicanas se han integrado profundamente a las cadenas de valor (oferta) mundiales, especialmente en América del Norte y cada vez más en Asia Oriental y otras regiones del planeta.

Sin embargo, el impresionante éxito de México en la actividad de exportación paradójicamente ha ido acompañado de una tasa de crecimiento promedio del producto interno bruto (PIB) relativamente baja en los últimos decenios, y el país no ha dado señales de convergencia con Estados Unidos y otros países industrializados en cuanto al ingreso per cápita y la productividad de la mano de obra desde la liberalización de su comercio internacional y la inversión extranjera, a finales de la década de 1980. 

El caso de México aconseja entonces cierta reserva y no depender de las políticas de apertura comercial e integración económica, por sí solas, como expediente para producir un mayor crecimiento económico y un desarrollo que abarque a sectores más amplios.

Indudablemente que dichas políticas pueden promover el comercio exterior, así como llevar a una modernización de la estructura industrial, mejorar la productividad de las empresas exportadoras y, en última instancia –con el concurso de las políticas públicas–, dar lugar a actividades innovadoras internas. 

Sin embargo, no hay una articulación automática entre estos tipos de avances y mejoras más amplias en cuanto al crecimiento y el bienestar social agregados, y los beneficios que efectivamente se obtienen (así como los costos o pérdidas que pueda haber) se pueden distribuir de manera sumamente desigual. 

Esto no quiere decir que países como México no deban abrir sus economías, promover las exportaciones o tratar de integrarse a las cadenas de valor mundiales, pero sí significa que los resultados de tales iniciativas, especialmente la distribución más equitativa de los beneficios, dependen del universo de políticas que acompañe la apertura del comercio exterior tanto a nivel micro como macroeconómico.

Afortunadamente, en vez de verse ante una disyuntiva convencional entre equidad y eficiencia, México se encuentra en una posición que ofrece el potencial de que el mejoramiento de la inclusión y la promoción del crecimiento vayan de la mano.

Mejorar la educación sigue siendo primordial para atraer y conservar los ramos de actividad tecnológicamente avanzados del futuro. Se precisa de una mayor inversión en infraestructura para descongestionar los cuellos de botella de la oferta y reducir los costos, así como por su efecto intrínseco de estímulo de la demanda. Mejorar la oferta de crédito al sector privado, especialmente a las pequeñas y medianas empresas, es imprescindible.

Más aún, políticas que alienten la innovación tecnológica y aporten incentivos a la I+D en México son indispensables para que el país culmine la transición y se convierta, según la clasificación del WEF, en una economía “impulsada por la innovación”. 

Es el momento oportuno para que México se aboque a todos estos aspectos y desarrolle plenamente su potencial económico, para poder brindarle a su gente el nivel de vida mejor que las reformas y las iniciativas de integración pasadas prometieron pero llegaron a cumplir.

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