En exclusiva el reportaje realizado a Alejandro Foxley por Mariela Herrera, periodista de El Mercurio.

«Estamos acercándonos al fin de un ciclo propio de un país en desarrollo, de ingresos bajos, que más que triplicó el ingreso de las personas en veinte años y que llegó a un momento en el cual se requieren políticas mucho más complejas y sofisticadas para dar el salto a una economía avanzada y a una democracia madura». Eso es lo que Alejandro Foxley llama la ‘Segunda Transición’, el nuevo período al que -afirma- debe entrar Chile.

El concepto es también el nombre del libro que lanzará mañana quien fuera el primer ministro de Hacienda de la democracia: «La Segunda Transición. Conversaciones con Alejandro Foxley» (Uqbar Editores). El volumen será presentado por un histórico de la antigua Concertación, Eugenio Tironi, y por uno de los sucesores de Foxley en Hacienda, Felipe Larraín.

En el texto, una larga entrevista realizada por las periodistas Cecilia Barría y Cony Stipicic, el también ex canciller y ex senador, repasa una trayectoria política donde la palabra «acuerdos» se repite constantemente. Desde su trabajo en la oposición a Pinochet en Cieplan, pasando por las negociaciones que forjaron la transición y luego como congresista DC. En cada ocasión, siempre optó por sentarse a conversar con quienes pensaban distinto, recalca.

Y esa misma actitud, la disposición a buscar entendimientos, la ve Foxley como indispensable para la nueva era que se viene, según sostiene en esta conversación con «El Mercurio». Es que le preocupa al ex ministro el desajuste que se produjo en los últimos años, entre una clase media que había accedido a más recursos, tecnología y oportunidades, y la fase de desaceleración económica que afectó la calidad del empleo y, como corolario, generó descontento.

«Eso convierte la forma de enfrentar el tema del crecimiento. El crecimiento no es un tema de tecnócratas, sino la capacidad de poder responderle a la gente, en términos de su seguridad y calidad de vida, en lo que es más esencial: suficientes buenos empleos», señala desde su histórico escritorio de Cieplan, think tank que creó hace 40 años.

-¿Ahí entra la «segunda transición»?

-Exacto. Porque no basta con esperar que el precio del cobre suba; no podemos depender de China para saber si nuestros hijos o nietos conseguirán trabajo. Si miramos países afines exitosos -como Nueva Zelandia, Finlandia, Australia-, hace 30 años tuvieron el mismo dilema y dijeron «el crecimiento tiene que descansar en otro factor» y el factor principal es el capital humano. Esos países pusieron el tema de una educación de calidad. Y había que empezar por los primeros años de los niños. Que es cuando se define su capacidad de aprender.

-¿Cómo logra este cambio de eje?

-Esta segunda transición requiere una reforma del Estado, que es muy centralista y a su vez muy fragmentado. Lo lógico sería que hubiera un diálogo entre los distintos ministerios. Cuando uno habla de una política de los acuerdos para una segunda transición, lo primero es que la gente converse dentro del Estado para hacer las cosas mejor, para tener mayor capacidad y convocar básicamente a quienes puedan aportar desde el sector privado. Las personas que están en el sector privado deben ser socios para un desarrollo productivo de mejor calidad, con mejores empleos y más diversificado.

«Este país está muy fragmentado políticamente…»

-¿Por qué se ve más difícil este tipo de diálogo ahora que hace 30 años, cuando las circunstancias eran peores?

-Este país está muy fragmentado desde el punto de vista político. Se está desarrollando crecientemente una cultura individual: no me importa la vida de los otros, ni en mi barrio ni en mi trabajo, y eso a la larga es muy negativo.

«Una de las virtudes de la primera transición fue que permitió un cambio de actitud y al final un cambio cultural. Nos costó mucho aceptar los puntos de vista distintos, pero cuando nos pusimos de acuerdo en algunas cosas, pudimos avanzar más rápido. Y eso generó confianzas».

«La única forma de recuperar la confianza es mostrar buenos resultados»

-Hoy la gente dice no confiar en los políticos ni en las instituciones. ¿Cómo se puede lograr que la gente crea?

-Cuando hay esa desconfianza, la única forma es tener y mostrar buenos resultados. Y es más posible tener éxito mientras más cerca de la gente esté el problema que se quiere resolver. Es necesario descentralizar de verdad, es decir, a nivel regional, local, designar a personas a cargo de agencias públicas que estén en terreno, viendo los problemas y buscando proyectos para resolverlos. Esa persona debe tener conocimientos técnicos, digitales, porque todo esto tiene que ser rápido, no es un burócrata que espera que por antigüedad le suban el sueldo. Tiene que tener incentivos, como estar bien remunerado, que tenga flexibilidad en su trabajo, que quizás se pueda cambiar a otra comuna.

-¿Así se recuperan las confianzas?

-Así se empieza y es una fuente potencial, no automática, de renovación de la política, porque si ese agente joven, creativo, logra la colaboración de dirigentes, vecinos, etc., el diputado de esa zona, que está en un lenguaje confrontacional, cuando vea que están pasando cosas, querrá participar también en ese grupo y se genera una dinámica de colaboración.

-¿Cómo ve ahora que ni en un mismo sector se pueden lograr acuerdos?

-Hay que mejorar la calidad de la política. Hacerla menos clientelista y evitar las tendencias populistas. Uno de los cambios es poner límite a la reelección de parlamentarios y alcaldes. Se termina tratando de satisfacer a una clientela y se pierde el mediano y largo plazo.

Rodrigo Valdés: «Un brillante economista»

-Por años los ministros de Hacienda han sido muy poderosos. Últimamente eso al parecer ha cambiado. ¿Hoy es más difícil estar en ese cargo?

-Eso habría que preguntárselo a los ministros anteriores y al actual (se ríe). No es principalmente un problema de los ministros. Tengo un enorme respeto por todos los ministros de Hacienda, el problema es la fragmentación de la política, que hay una forma de ser más popular, que es ser estridente, planteando los argumentos en forma mucho más dura en los medios, todos los días en Twitter, en Facebook, y eso ayuda a mejorar la posición en las encuestas. Eso hace mucho más compleja la tarea para un ministro de Hacienda.

-¿Cómo vio la salida de Rodrigo Valdés?

-Prefiero no referirme al tema, lo que sí quiero decir es que conozco a Rodrigo Valdés desde hace mucho tiempo. Él comenzó su carrera en Cieplan como ayudante de investigación. Es un brillante economista, del primer nivel no solo en Chile, sino a nivel internacional, siendo muy joven. Él se merece ese reconocimiento. Lo mismo Luis Felipe Céspedes y Alejandro Micco y no quiero entrar más en la coyuntura.

«La DC debe tener una voz clara y dialogante»

-Según el escenario que plantea, ¿cuál rol debiese cumplir la DC a futuro?

-Debe cumplir un rol muy fundamental en la medida en que entendamos de verdad el país que hoy estamos viviendo, que es básicamente de clase media, no ideológica ni politizada, todo lo contrario. Es gente que quiere vivir mejor, que quiere construir su futuro sobre la base de su propio esfuerzo y que sí quiere tener un piso de seguridad. ¿Y esa gente está por más Estado o por más mercado? La gente quiere vivir mejor, punto. Y no tiene esa fractura ideológica. Ese espacio alguien tiene que ocuparlo, o si no vamos a seguir marcando el paso. Y un partido que tiene que cumplir un rol central en instalar esa visión de la convivencia, de la forma de resolver los problemas y de sentido futuro, centrado en esa gente, es la DC.

-¿Y en un próximo gobierno? ¿Ve a la DC buscando acuerdos con distintos sectores?

-Debe tener una voz clara y dialogante hacia todos quienes quieran trabajar en esta dirección. Este puede ser un muy buen país, pasar la barrera, ser una buena economía, una democracia dialogante. Y la DC debe estar siempre dispuesta, sin excluir a nadie a priori, a conversar con todos los que estén de acuerdo. Pero, al mismo tiempo, con claridad en ciertos límites. O sea, estamos hablando de democracia, no que si algún sector está a favor o empujando algún tipo abierto o semiabierto de dictadura, ahí nosotros debiéramos tener una barrera infranqueable. No podemos estar pasivos con lo que está ocurriendo en Venezuela, por ejemplo. Los que estén por la violencia están fuera, los extremistas de los dos lados están fuera, pero todos los demás que quieran sumarse o que puedan liderar en esa dirección se merecen respaldo.

Fuente: El Mercurio


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