Lea la entrevista con el presidente de CIEPLAN, Alejandro Foxley, publicada por El Mercurio.

A fines de 1990, los chilenos esperaban ansiosos la visita de George Bush, la primera de un Presidente de Estados Unidos en treinta años. Patricio Aylwin decidió recibirlo a almorzar en su casa. Eso no sorprendió a los ministros invitados. Tampoco la tremenda comitiva que debió apretujarse en el sencillo living de calle Arturo Medina. Sí la bienvenida que dio al ilustre visitante: «He querido recibirlo en mi casa -le dijo Aylwin a Bush-, la misma que he tenido por 40 años, porque he querido que usted sepa cómo vive un profesional de clase media en este país».

El episodio vino a la memoria de Alejandro Foxley cuando volvió esta semana, para acompañar a la familia del Mandatario. Ahí seguía la misma mesa de comedor, el mismo living austero. Como el estilo que cultivó hasta su último día.

Foxley y Aylwin se conocieron en los 80. El político DC visitaba la casona de calle Colón donde funcionaba Cieplan, el centro al que José Pablo Arellano, René Cortázar y Alejandro Foxley le habían sumado la «i» -por independiente- al Ceplan que dejaron en Economía de la UC tras la intervención universitaria post golpe militar.

Democratacristiano desde sus tiempos de la Feuc en Valparaíso, Foxley ubicaba a Aylwin pero el acercamiento definitivo provino de su «sociedad» con Edgardo Boeninger, también asiduo visitante de «los Cieplan». La fecha clave es mayo del 88, cuando, invitado a «De cara al país» -el primer programa político en años-, el futuro Presidente incluyó al economista en el grupo. En cámara, Foxley no apuntó a Augusto Pinochet con el dedo, como había hecho Ricardo Lagos una semana antes, pero afirmó decidido que Chile tenía más de 5 millones de pobres y que «eso demostraba que el sistema económico construido por Pinochet era injusto», recuerda.

«Eso golpeó en los medios, que nunca nos habían tomado en cuenta. Incluso recibí alguna llamada bastante amenazante del Gobierno», dice Foxley, al tiempo que reserva nombres y detalles. También lo hace con las comparaciones que surgen naturalmente y en las que el ex senador y ministro no entra; se ha autoimpuesto silencio respecto de la coyuntura política.

«Siempre se jugó por sentarse a la mesa a dialogar de verdad»

La dupla Boeninger-Foxley se estrechó en la campaña de 1989. El segundo asumió la dirección programática del candidato Aylwin, y el primero, la coordinación del programa económico-social de la Concertación.

«Cuando Aylwin nos pidió colaborar en la campaña, tratamos de entender qué representaría como Presidente luego de 20 años de disputas políticas dramáticas: un reencuentro, una unidad de fondo, teniendo una mirada compartida hacia el futuro. Aylwin hizo posible la transición porque siempre defendió y se jugó por sentarse en la mesa a escuchar, a dialogar de verdad».

-«El mercado es cruel» fue de las frases más célebres y repetidas de Aylwin, un político a la antigua, con una visión más bien corporativista de la economía. ¿Cómo consiguieron que suscribiera el modelo social de mercado que implementó?

-Él dijo esa frase, y me acuerdo que le comenté: ‘sí, Presidente pero la política es más cruel’, y se rió. Lo interesante es que armó un gabinete con personas en las que hizo una tremenda confianza, y destaco muy especialmente a Edgardo Boeninger y Enrique Correa, que siempre nos dieron su respaldo en decisiones difíciles.

Esa confianza fue fundamental para el equipo encabezado por Foxley, y que sumaría a René Cortázar en el Ministerio del Trabajo, a Carlos Ominami en Economía y a José Pablo Arellano en Presupuestos. «Siempre dijimos crecimiento y equidad, porque sin crecimiento no resolvíamos el problema que genera pobreza, que es la falta de empleo para jóvenes y mujeres. Sabíamos que se necesitaba un mercado del trabajo muy dinámico, que estaba surgiendo una clase media muy importante pero que vivía inseguridad económica».

-¿Cómo embarcaron a todos, incluido el flanco izquierdo de la Concertación?

-Obviamente que durante la constitución de los equipos hubo discusiones y no siempre acuerdos. Propusimos ‘continuidad y cambio sin continuismo’; continuidad en la globalización que una economía moderna necesita para crecer e innovar, y cambio porque había una pobreza y desigualdad muy grandes. Dijimos que el gran error de los populismos en América Latina es que siempre quieren partir de cero.

Ajuste fiscal: «Apoyó absolutamente, aunque no era lo más popular»

Un fuerte ajuste fiscal y un alza de impuestos fueron sus pruebas de fuego. «La economía estaba sobrecalentada. Me imagino que Pinochet quería ganar la elección y habían bajado los impuestos, aumentado el gasto público, la inflación estaba en el 30% anual. Aplicamos una política de gasto muy limitada el primer año y Aylwin apoyó absolutamente, aunque no era lo más popular» explica Foxley, quien la noche antes de instalarse inició el diálogo con trabajadores y empresarios.

Con el mundo sindical tenía larga relación, tejida en la oposición. Sin embargo, no le dio buenas noticias a su amigo Manuel Bustos ese 10 de marzo de 1990: anunciarían un ajuste y medidas «con las que quizás no van a estar de acuerdo», le dijo, pero también que querían concordar una agenda. «El me respondió algo que me impresionó: ‘quiero que sepas que como presidente de la CUT voy a ser un dirigente duro para obtener lo que no hemos conseguido; al mismo tiempo, queremos ser parte de la clase dirigente de este país, que es capaz de reconstruir la democracia’ «.

-Con los empresarios debe haberle salido más difícil. ¿Cómo logró vencer desconfianzas que venían desde la campaña del Sí y el No?

-La gente del sector privado nunca quiso ir a Cieplan. Me acuerdo que cuando se sospechaba que iba a ser ministro de Hacienda, en noviembre del 89, me invitaron por primera vez como expositor a la Enade. Me preparé, hice un planteamiento equilibrado, razonable. Hubo algunos aplausos no muy entusiastas y cuando ofrecieron la palabra, desde el fondo un ejecutivo me dijo: «Francamente, no le creo una palabra». Se produjo un silencio espantoso. Eso indica el estado de ánimo de alguna gente.

-¿Y cómo rompieron el hielo?

-Yo comencé a llamar a la gente. En el mundo político, el que jugó un papel bien importante fue un senador RN de la comisión de Hacienda: Sebastián Piñera. Con él tuvimos muchas conversaciones y se jugó por sumar a su partido al apoyo de las reformas. Entre los empresarios, Manuel Feliú, primero, y después José Antonio Guzmán, presidieron la CPC y con ambos tuvimos un diálogo franco, constructivo, y finalmente conseguimos que la mayoría de los gremios empresariales apoyaran los proyectos más importantes.

La Sofofa, el gremio de los industriales, fue un hueso más duro, y Foxley lo reconoce. «Al comienzo, su actitud fue muy reticente», dice escueto, pero es fácil identificar el rostro de los «tres mosqueteros», la tríada integrada por Ernesto Ayala, Hernán Briones y Eugenio Heiremanns, que habían combatido a la UP y que desconfiaban de la renovación ideológica de la nueva Concertación.

«Hizo un cambio en la cultura política»

-¿Alteraba a Aylwin la crítica interna?

-No, era muy tranquilo y eso generaba un clima de mucha estabilidad. Nos respaldó desde el primero hasta el último día. Recuerdo una huelga dura, difícil, en el sector salud; después de un período largo nos pidió que buscáramos una solución y dimos un reajuste especial que estaba un poco fuera de lo que habíamos planificado.

Aylwin le confirmó esa confianza en el momento que Alejandro Foxley recuerda como el más duro de su gestión. Antes de cumplir su primer año, estalló la Guerra del Golfo, el petróleo se fue a las nubes y también la inflación, cuando además negociaban el reajuste anual del sector público. Las críticas le llegaron hasta Nueva York, donde acompañaba al Presidente en su primera intervención en Naciones Unidas. También, la petición de renuncia que varios políticos le estaban lanzando por los diarios. Se volvieron y anunciaron un «ajuste sobre el ajuste» que Aylwin suscribió.

Algunos en el Gobierno -recuerda el ex ministro- propusieron sacar el petróleo del IPC y quedarse con una inflación de «tendencia». La decisión fue otra; sinceraron los precios de los combustibles, crearon el Fondo de Estabilización del Petróleo y acordaron que en adelante los reajustes salariales del sector público serían sobre la inflación esperada. Dentro del Gobierno, propusieron bajar 5% el gasto, «para dar una fuerte señal de seriedad fiscal, incluyendo a las FF.AA., que por ley tenían un piso asegurado. Arriesguémonos, dijimos», cuenta, aludiendo a la tensión que existía con el general Pinochet, al mando del Ejército.

Manuel Bustos fue nuevamente a su casa y le ofreció un alza salarial de 25% y no de 30%, como pedía la CUT. «El Gobierno está haciendo un sacrificio muy importante», le dije, «y estamos disponibles a correr el riesgo de bajar también el gasto en Defensa. Me pidió pensarlo, y al día siguiente me dijo que sí».

Y reflexiona: «Cuando hablamos de la política de los acuerdos, hablamos de cosas concretas, donde el Gobierno marcaba la línea sin doblegarse, sin responder a presiones de grupos de interés, buscando el interés general pero dispuesto a llegar a acuerdos. El Presidente Aylwin hizo un cambio en la cultura política; críticas venían de lados muy distintos y uno tenía que ser capaz de pagar el costo, manteniendo el rumbo».

-¿Se quejaba de eso?

-Nunca. Tuvo un enorme coraje, siempre muy tranquilo, muy sabio pero muy firme. El Presidente Aylwin tenía una forma y un ritmo para hacer las cosas, ‘en la medida de lo posible’, que hoy algunos repiten en tono crítico o peyorativo. Lo aplicó consistentemente y la economía creció 7,7% promedio, la pobreza bajó de 40 a 28% -un millón y medio de personas- y la inflación cayó del 30% al 12%. Todo eso en democracia, con todos los problemas que sabemos.

Fuente: El Mercurio


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