Revisa el reportaje publicado por el diario El Mercurio sobre la experiencia de la comisión de modernización del Estado en Nueva Zelandia. integrada por uno de nuestros investigadores senior, José Pablo Arellano Marín.

Un click fue suficiente. Bastó un mail en la página web del Department of the Prime Minister and Cabinet Office de Nueva Zelandia -algo así como el Segundo Piso de La Moneda- enviado por Isabel Aninat, investigadora del Centro de Estudios Públicos (CEP), para que la oficina de asesores del Primer Ministro, Bill English, coordinara una reunión con ellos. Así fue como los integrantes de la comisión de modernización del Estado del think tank lograron esa cita y muchas otras en su viaje a Nueva Zelandia. Allí, durante una semana, se dedicaron a conocer la experiencia del que se considera uno de los países más avanzados en la materia.

Los integrantes del grupo que viajó -además de Aninat, el también investigador del CEP Slaven Razmilic, más José Pablo Arellano, Alejandro Ferreiro, Sebastian Soto e Ignacio Briones- ejemplifican con la historia de la reunión cómo funciona el Estado en esa nación. Un país donde la facilidad para conseguir una cita de alto nivel vía web es una muestra más de un engranaje que, según lo que vieron, funciona como reloj.

Así, la experiencia neozelandesa será uno de los insumos centrales con que la comisión convocada por el CEP formulará su propuesta al país, en un texto que pretenden entregar en noviembre (ver recuadro).

«Esto es progresismo bien entendido»

¿Por qué Nueva Zelandia? Según cuentan, en las investigaciones que han realizado, este país les aparecía constantemente. «En los informes que hace la OCDE, ese país está positivamente fuera de los rangos en la evaluación que los ciudadanos hacen del sector público», apunta Isabel Aninat.

De hecho, agrega Slaven Razmilic, «no es que ellos sean los mejores en todas sus políticas, pero sí se destacan por ser muy orgullosos del funcionamiento de su Estado. En parte, porque está más dotado para cumplir con las promesas de sus gobiernos, y eso se nota en la confianza y el respeto que tiene la ciudadanía por él».

Otro punto, dice, es la similitud entre la isla y Chile. «Geográficamente estamos igual de aislados, igual en la cola del mundo. Hay diferencias culturales, pero también ellos viven de sus recursos naturales, no tienen nada ganado, no tienen ninguna potencia al lado. Todo lo han logrado con trabajo y buena institucionalidad, y entendiendo que hay que ir mejorando permanentemente».

De hecho, las reformas para modernizar el Estado comenzaron en la década de 1980, con un gobierno laborista, y desde entonces han avanzado de modo continuo bajo administraciones de diverso signo político.

Esa es precisamente una de las claves que los especialistas chilenos destacan en el balance del viaje: que la modernización del Estado puede ser un tema transversal. Porque, como acota Ferreiro, si bien se podría pensar que este tipo de reformas son «liberales» o «tecnocráticas», su alcance también es importante para la izquierda. «La mayoría de las personas que se benefician del funcionamiento del Estado son precisamente los más pobres. Entonces, hacer funcionar bien el Estado es progresismo bien entendido».

O, como agrega Sebastián Soto, «no obstante estas reformas las llevó adelante un gobierno laborista, los gobiernos de derecha han seguido en esto, porque cada sector ve aquí valores políticos que le son próximos». En el caso de la derecha, ideas importantes para ella, como la eficiencia y un manejo más adecuado del gasto público, agrega.

En la comisión del CEP están conscientes de que no se «ganan elecciones» con estos temas y de que es difícil que los gobiernos incorporen la modernización del Estado entre sus prioridades. Pero saben también que en determinados momentos -por ejemplo, en situaciones de crisis política- se abren ventanas para avanzar, y entonces es importante encontrarse preparados. Así ocurrió por ejemplo en 2003, cuando, luego de que el caso MOP-Gate estallara, se produjo un consenso nacional y fueron recogidas por el mundo político muchas de las propuestas que poco antes otra comisión del CEP había planteado, en cuestiones como el financiamiento de las campañas políticas y la creación de la Alta Dirección Pública.

¿Cómo hacer «sexy» el tema hoy día? Ese es el desafío y estas son algunas de las ideas que recogieron en Nueva Zelandia.

Obsesión con las metas 

«Estas son nuestras metas y tenemos que cumplirlas, y todo lo demás se subordina a ello». Ese fue el ánimo, casi como consigna, que vieron en todos los servicios y entidades que visitaron. «Los objetivos los define, en lo político, el gabinete, y todo el aparato del Estado se pone al servicio del cumplimiento de esas metas, las que deben ser concretas», señala Ferreiro.

En esa forma de trabajo, en cada institución -y para cada discusión de políticas- hay una discusión estratégica, que parte de un diagnóstico y en que se plantea hasta dónde se quiere llegar. Algo que podría parecer muy básico, pero que, aseguran, no siempre ocurre en Chile.

«Eso ordena la conversación y ordena las políticas, y también ayuda a la continuidad de políticas», apunta Arellano. » No pretenden cambiar todo, sino ir agregar o corregir ciertas cosas. Es una forma distinta de hacer políticas públicas a como se hace acá, que tiende a ser más ideológica de lo necesario, porque no se aterriza con una discusión estratégica».

Briones agrega que la gestión va de la mano de políticas bien planificadas. «Y acá tenemos un déficit grande. Allá tienen en el ADN la planificación estratégica. Los servicios tienen claro quiénes son y qué hacen. No muestran miles de cosas; muestran su principal actividad». El punto es relevante, porque «si no se tiene una línea de base respecto de cuáles son mis desafíos y los resultados que quiero, uno le pueden poner muchos recursos y Alta Dirección Pública, pero no va a pasar nada».

Sin temor a la puerta giratoria entre cargos públicos y privados

Además de buscar talentos para determinados puestos en el aparato estatal y monitorear su desempeño, el servicio civil neozelandés tiene otra flexibilidad. Si una persona después de un tiempo no funciona en un cargo y se evalúa que es mejor para otro , lo pueden mover a una nueva jefatura.

«Eso se estila mucho. Incluso allá no es problema que los jefes de servicios vengan del sector privado, porque se entiende que agarran competencias distintas y le agregan valor a su desempeño en el sector público», explica Briones. Ello, considerando además que se tendrán que relacionar con el sector privado. Luego, pueden volver a «privatizarse».

Cuentan que allá «no le tienen miedo a la puerta giratoria» de pasar de un mundo a otro. Eso sí, con precauciones.

«Hay códigos de ética, de comportamiento. Ellos son un país más chico que nosotros; por lo tanto, obliga a que la gente se mueva en distintas cosas», apunta Arellano. «Y para eso son muy importantes los códigos de lo que es correcto y lo que no. A eso se suma que deben hacer una declaración de sus intereses», agrega el ex ministro DC. El punto es que venir de otras esferas «lo ven como algo positivo» y no como un problema.

Fuente: El Mercurio


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