Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera
Recibí varios comentarios de mi columna anterior (“Chile balcánico”). Allí señalaba el fraccionamiento de nuestra sociedad en tribus autorreferentes, agresivas hacia el resto, y de pensamiento endogámico. Algunos comentarios estaban balcanizados (sí, la sociedad nos debe mejores pensiones; sí, la sociedad nos debe gratuidad universal, y así) y a otros les hizo sentido (sí, me gusta el argumento, pero es imposible satisfacer a todas las tribus). El comentario que más me llegó fue que la columna era pesimista y sin propuesta (mucha “problemática” sin “solucionática”). Pues bien, ensayaré un esbozo de propuesta.
Los chilenos tenemos gustos de ricos. Nos gustaría un sistema de pensiones como el de Suecia, un sistema educacional como el de los nórdicos, la salud del Reino Unido, la distribución del ingreso e igualdad de género de Finlandia, la eficacia del Estado y la integración étnica de Nueva Zelanda, las leyes laborales y medioambientales de Australia, y suma y sigue. Todos esos gustos son caros de satisfacer. Para darse gustos de ricos hay que ser ricos. Y no estamos tan lejos de eso. Chile está en la antesala del desarrollo económico y solo falta el salto final.
Falta “la segunda transición” como dice Foxley, siendo la primera la transición a la democracia. El puro y simple crecimiento económico no basta. Pero sin crecimiento no nos podremos dar gustos de ricos. Se trata de tener crecimiento con la intención política de progreso social. Y los ingredientes para dar ese salto no son desconocidos. Señalo, por problemas de espacio, solo dos de esos ingredientes.
No hay países que en los últimos 100 años hayan dado el salto al desarrollo sin un esfuerzo especial por ser internacionalmente competitivos; y como en los países que nos antecedieron en ese salto, en Chile se observa una escasez creciente de fuerza de trabajo y de territorio (véase la evolución de los precios de la tierra). Ante eso, el desafío es hacer las cosas mejor, que esos recursos escasos sean más productivos. ¿Y qué esfuerzo especial han hecho los últimos gobiernos en estos dos temas? Poco y nada.
También, tenemos una discusión política balcanizada (“si no es de mi tribu es más de los mismo”). La política chilena ha estado detrás de los hechos. Hay una marcha por las pensiones, y las pensiones pasan a ser prioritarias; la inmigración es un tema con éxito electoral en otros países, y la inmigración pasa a ser prioritaria. Pues bien, hace pocos meses ninguno de esos temas estaba en la agenda. A mí me gusta más la política con liderazgos explícitos en sus ideales, serios en sus propuestas (“ése es el destino, pero el camino es largo”), y decididos (“hay que empezar a recorrerlo ya”).
Un destino común para Chile y encantar a una masa crítica de ciudadanos dispuesta a emprender el camino. Un ingrediente particular del camino político a seguir es proponerse que cada generación de chilenos reciba un país mejor que el que recibieron sus padres. Que las oportunidades, los ingresos, la seguridad económica y el amparo del Estado sean mejores que los de los padres. Que la discriminación, abusos y las diferencias de ingresos de cada nueva generación sea menor que la de los padres. ¡Qué diferencia con la tierra prometida ahora y ya!