Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

Como a todos, el mega-incendio forestal me ha conmocionado. Es de esas tragedias nacionales que ha hace aflorar lo bueno y lo malo de nosotros. Ojalá, en un futuro cercano, recordemos este episodio como un hito, con un antes y un después. Como lo fueron los terremotos de 1939 y de 1960 para la construcción antisísmica, o, espero, como el 27-F para enfrentar los riesgos de tsunami. La invitación es, pues, a reflexionar qué está mal para corregirlo, y que está bien para potenciarlo. El “después del incendio” que comienza ahora, es una oportunidad para salir fortalecidos, como el Ave Fénix que renace del fuego.

¿Qué lo provocó? ¿Se reaccionó tarde y mal? ¿Fue un atentado? Son muchas las preguntas y aún es temprano para tener respuestas claras. Pero sí podemos afirmar algunas cosas.

Lo primero que destaco es que no estábamos preparados para un mega incendio como éste. Mala cosa dada la enorme superficie forestal que tenemos. Los incendios de comienzos de enero en la zona central junto con las altas temperaturas pronosticadas anticipaban un mayor riesgo hacia el sur, como señaló un experto en el Congreso. También llama la atención que la Conaf pensara que los aviones “súper tanques” no servían (véase la columna de Roberto Ampuero). Esto es como el Shoa el 27-F, que estaba preparado para las marejadas pero no para los tsunamis. El tema de agenda que surge es que hay que repensar la institucionalidad de prevención y combate de incendios forestales.

Lo segundo que sobresale es la desconfianza de los chilenos. Son (somos) muchos los que piensan que hubo más falla humana que de la naturaleza en este siniestro. Frente a la pregunta si hubo fallas del gobierno, o de la transmisión eléctrica, o si fue un atentado, nos cuesta decir que no. En la ausencia de mayor información se recurre a la experiencia propia y a la reputación de los eventuales culpables o negligentes. ¿Se le cree entonces a la oposición que culpa al gobierno? Tampoco. No es posible desentrañar si la oposición habla como piensa o como le conviene (lo que también se aplica al oficialismo de turno). ¿Entonces la desconfianza es inteligente y la confianza es ingenua? No es tan así. En las sociedades donde hay menos desconfianza que en Chile (por ejemplo, las nórdicas, Nueva Zelanda, Australia, y así) hay políticas públicas explícitas para promover la cooperación social, entendiendo que ésta permite elevar la productividad y tranquilizar las tensiones. La desconfianza, en cambio, es socialmente destructiva. Impide que, como sociedad, tengamos una actitud de colaboración y, por el contrario, nos alienta a ensimismarnos. ¿El tema de agenda en esto? Aprender de la experiencia de los países que han mejorado su convivencia entendiendo que éste también es un tema de políticas públicas. (De paso, los países mencionados tienen aviones “súper tanques”).

Por último. Una vez más apareció la solidaridad frente a la desgracia ajena. Se puede ser desconfiado y solidario a la vez. En un país que sufre desastres de la naturaleza frecuentes la actitud solidaria termina siendo espontánea, como si fuera parte del ADN social.

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