Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

Carolina Goic no es mi candidata. Aun así me alegré que ratificara su candidatura. Qué bueno que una personalidad de nivel presidencial arriesgue su capital político por una convicción relevante. También me alegra que la DC se recomponga después de su bochornosa junta (admirable la capacidad de la DC de reconciliarse y perdonarse los unos a los otros tras incidentes ferozmente tóxicos). Con todo, el rostro de la política chilena sigue siendo muy feo, aunque quizás ahora con una lágrima asomada (como en el Retrato de Dorian Gray).

En parte mi alegría es porque la DC chilena es la socia estratégica natural de la izquierda socialdemócrata (SD). La izquierda sola (o la DC sola) difícilmente va a gobernar ni temprano ni tarde. La construcción de un Chile social y económicamente desarrollado, donde convivamos pacíficamente en nuestra diversidad, es la propuesta común obvia para forjar esa sociedad DC-SD. Para ello, la centroizquierda chilena necesita ser políticamente poderosa, lo que, a su vez, requiere que sea vista como una opción real de gobierno. La derecha chilena, en cambio, es poderosa aunque no gobierne. Y si gobierna, más poderosa aún.

No soy una persona religiosa. Igual me pregunto si existirá alguna analogía del cielo y el infierno, pero referido a la política. ¿Cómo sería ese cielo? ¿Cómo sería ese infierno? El cielo político es más fácil, vinculado directamente con llegar a la tierra prometida (para la centroizquierda, el país del párrafo anterior). El infierno político, en cambio es más complicado (el infierno de El Dante es una estructura compleja de círculos, donde los condenados sufren según sus faltas). Dejaré de lado el “mega-infierno” vinculado al autoritarismo y la ausencia de democracia, y me referiré sólo a dos círculos que nos alejan de la tierra prometida.

El primero es el de una clase política interesada solo en reelegirse, olvidándose del proyecto país. Donde el candidato presidencial que importa no es el líder que nos llevará a la tierra prometida, sino que el que maximiza la probabilidad de elección de parlamentarios. Se trata de una política donde importa la empatía y las convicciones no.

El castigo es la decadencia, la ausencia de renovación, y, finalmente la extinción (irrelevancia) política. En chileno: solo vale la calculadora. El segundo círculo es el corporativismo. Esto es, la de una clase política motivada por la puja corporativa y la capacidad de organizar movilizaciones. Lo anterior por sí solo no es malo. Lo malo es dejar de lado el proyecto país para satisfacer demandas rentistas. Creer que la política consiste en representar grupos de interés. El castigo es el estancamiento económico y social. Donde los hijos son incapaces de superar a sus padres. Como en el peronismo.

Como en Venezuela. El Dr. Fausto (de Marlowe, no el de Goethe) le vendió su alma al diablo a cambio de juventud. Él conocía el desenlace cuando firmó ese pacto. Igual prefirió una retribución de corto plazo. Al final, arrepentido, se fue llorando y pataleando al infierno.

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