Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

Da envidia (sana) ver cómo en Nueva Zelanda convive la cultura occidental con la maorí. ¡Con qué orgullo y desplante lucen el ancestro nativo! ¿Y cómo resolvieron el problema? Mala pregunta: no lo hemos resuelto, responden, porque la convivencia requiere una actitud que se debe trabajar todos los días. ¿O sea, ganaron los maoríes? Mala pregunta de nuevo: ganó la convivencia social, para beneficio de todos. Con todo, la reflexión es cómo se comparte el país entre grupos que tienen más diferencias que afinidades. 

Moses Mendelssohn, el abuelo del músico, fue un gran defensor de los derechos civiles de los judíos en la Alemania del S. 18, y, a la vez, un gran promotor de la integración de la sociedad judía a las formas y costumbres “gentiles”, como se decía en la época. ¿Sus detractores? Por supuesto los antisemitas. Pero también los judíos más ortodoxos, que encontraban sacrílega su propuesta de “gentilización”.

Hay en ese relato tres elementos relevantes para nuestra reflexión. El primero es el reconocimiento de la igualdad de los derechos civiles. El segundo, que convivir con otra cultura requiere aceptarla, reconocerla y, en parte, adoptarla como propia. Y tercero, que la intolerancia de las posturas radicales es contraria a la convivencia.

En esto último no hay que ser ingenuos. Así como la radicalización del conflicto le resta poder a la moderación, la convivencia pacífica le resta poder a los extremos. El esfuerzo ecuménico de Juan XXIII y Paulo VI sucumbió no por razones divinas, sino por la muy terrenal lucha de poder. Las conversaciones para la paz palestino-israelí fracasaron estrepitosamente cuando los líderes de la época (Arafat y Barak) fueron sobrepasados por los que exacerbaron el conflicto en ambos lados, con un enorme perjuicio a la causa de la paz. En fin, hay demasiados ejemplos históricos donde el conflicto empodera a los lobos, y los lobos radicalizan el conflicto para tener más poder. “Si no te gustan mis atrocidades, entonces estás de acuerdo con las atrocidades del otro” es el lema de los violentos. Es por ello que la buena convivencia requiere enfrentar a los grupos más radicales antes de que sea tarde.

Todo lo anterior es a propósito de las noticias de esta semana en torno a la violencia en La Araucanía: la internacionalización del conflicto, la internación de armas y el endurecimiento del gobierno frente a estos hechos. Debo reconocer mi simpatía y empatía con los pueblos originarios. Celebré el fallo judicial que reconoció el derecho de la machi Francisca Linconao a recolectar hierbas medicinales en terrenos que no son de su propiedad. Mientras no haya daño, ¡viva la convivencia! También celebré el Plan Forestal 2017-2035 que construyó un grupo heterogéneo de personas. Así se construye la convivencia. Así se construye el futuro. Pero, con mayor fuerza condeno la violencia de los grupos más radicalizados. Espero que los culpables sean juzgados y condenados con el agravante de asociación ilícita (crimen organizado).

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