Autor: Patricio Zapata Larraín
Fuente: La Tercera

Soy de aquellos que valora muy positivamente la forma en que nuestra Patria hizo la transición desde la dictadura de Augusto Pinochet a la democracia. Habiendo sido parte activa del esfuerzo de las fuerzas democráticas que empujaron ese proceso, no puedo sino sentir un cierto orgullo por haber contribuido a derrotar -pacíficamente- los planes de la dictadura, y de RN y la UDI, por eternizar el régimen autoritario (las generaciones jóvenes deben saber que dichos partidos se jugaron a fondo para que Pinochet siguiera en el poder).

La dictadura de Pinochet fue, en efecto, responsable de muchas cosas horripilantes. A fines de los años 80 del siglo pasado, ella podía, sin embargo, invocar en su favor algunos logros económicos positivos. La reducción de la inflación era uno de tales avances.
A mí no se me ocurriría, por supuesto, que tales progresos económicos pueden servir para compensar o disculpar las atrocidades en materia de derechos humanos. Hubo una época, sin embargo, en que los avances económicos se usaron para justificar el autoritarismo (ese es, por lo demás, el discurso de los que hoy defienden a Putin en Rusia y a Xi Jimping en China).

Esta columna quiere rendir un homenaje a quienes articulan convicción democrática y solvencia económica. Al mismo tiempo. A aquellos que defienden el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y que, simultáneamente, se juegan por políticas públicas responsables y viables.

Muy concretamente, quiero aplaudir la contribución de personas como el exministro Alejandro Foxley. Lo hago, a propósito de su nuevo libro: “La segunda transición”.

Es difícil luchar contra el populismo. No obstante, si se tiene valor, ello es posible. Alejandro Foxley tuvo ese valor. La lucha contra el populismo es justa y necesaria. Leyendo su libro, se entiende el valor de la política pública bien hecha.

De la responsabilidad fiscal. Del Foxley de 1990 destaco muy especialmente la decisión de mantener, entonces, los criterios técnicos para calcular la inflación.

Habían, es cierto, razones “políticas” para alterar esa fórmula. Foxley resistió esa tentación. Salvó, entonces, la credibilidad de nuestras estadísticas. 

Todos quienes propugnamos una política progresista y reformista en serio debemos leer a Alejandro Foxley. Y darle las gracias.

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