En una entrevista a El Mercurio, Patricio Meller, Director de Proyectos de CIEPLAN, asegura que este año el debate estuvo más centrado en el financiamiento que en la calidad de educación superior, que es el verdadero tema de fondo.
Volver al debate acerca de la calidad de la educación superior. Eso es lo que espera para 2012 Patricio Meller, economista y autor de varios libros sobre este tema, quien además se declara preocupado por la poca o nula relevancia que se dio, durante el conflicto estudiantil de 2011, a un concepto que considera clave: determinar el tipo de enseñanza terciaria que requiere el país.
«Hemos estado hablando de cómo mover unos millones de pesos de acá para allá. Y la carta de navegación de para dónde va la educación superior chilena no está definida, ni en el debate», dice este académico que se desempeña como director académico del Global MBA, magíster en Gestión para la Globalización impartido por el Departamento de Ingeniería Industrial de la U. de Chile.
Dentro de ese concepto de calidad, que ha refinado con su trabajo en ese programa de posgrado «meritocrático», Meller incluye aspectos que van desde el proceso de admisión a la universidad (ver recuadro) hasta la sintonía que debe haber entre las universidades y las demandas del mercado laboral.
«En Chile, en toda la discusión de este año, ¿se escuchó hablar de qué tipo de educación se requiere para el siglo XXI y el mundo global? No, porque las preguntas relevantes no han estado sobre la mesa».
«Soy de los que creen que hay que rediseñar los primeros años de universidad», dice Meller, aludiendo al alto porcentaje de deserción que se produce durante esos años por bajo rendimiento académico. «Hay que evitar la discontinuidad que existe hoy, entre la metodología de enseñanza del colegio, donde jóvenes guiados y protegidos no toman decisiones, y el de la universidad donde comienzan a tomar opciones y a darse cuenta de que no entienden lo que les enseñan».
¿Un rediseño enfocado en nivelar?
En una doble cuestión. La primera es pensando que la preparación que traen de la escuela no es buena, y no se puede esperar a que mejore. Entonces, ese primer año tiene que ser de nivelación en el conocimiento y el autoaprendizaje, en que se den cuenta de que tienen que aprender a aprender y salir del formato de la pura memoria y pasar al de entender.
¿Y la universidad puede hacerse cargo de eso
La respuesta ahora es que están mal preparados y que eso no es problema de las universidades. Pero yo creo que es problema nuestro y que nos debemos hacer cargo. Y eso implica rediseñar lo que se enseña y cómo se enseña en primer año.
Pero esa falla es vista como sinónimo de calidad de los ramos, que sólo los aprueban los buenos.
Esas son pamplinas, no tiene que ver. Uno es buen profesor cuando logra que todos aprendan.
Para ejemplificar lo anterior, Meller se refiere a lo que hacen en el Global MBA. El gasto por cada alumno, que es financiado por becas de BHP Billiton, llega a los 80 mil dólares. «Si vamos a invertir ese dinero en ellos, tenemos que asegurarnos que les vaya bien y para eso no podemos dejarlos botados».
Así que contratan ayudantes de cátedra para que dicten clases especiales y ayuden a estos alumnos, los que pese a haber pasado por un riguroso proceso de selección, llegan con algunas debilidades académicas.
En las carreras de pregrado también se pierde dinero si deserta un alumno.
Claro. Se invierten recursos en personas que se desaniman muy rápido, porque les iba bien en el colegio y en la universidad parten sacándose un dos, se sienten tontos y se frustran. Hay que hacerse cargo de eso y ver que esa plata invertida en nivelación es de alta rentabilidad social.
¿Y esa es una responsabilidad de la universidad?
Sí, incluso penalizaría a las que tengan alta repetición. Aunque habría que pensarlo bien para que esas entidades no relajen los requisitos de aprobación. Porque si lo haces, bajas la excelencia académica.
Se dice que hay universidades donde se pide a los profesores no reprobar alumnos.
Se dice, sí. Pero si eso es así tienes que hacer algo al final, un test de control a la salida en todas las carreras. Cuando tienes un millón de jóvenes cursando estudios superiores, debes tener un control de cómo se está entrenando a esa elite. Porque ellos serán los futuros líderes empresariales, gubernamentales, innovadores del país, los que generarán empleo. Así que más nos vale preocuparnos del nivel de calidad que ellos tendrán.
En 2011 la discusión estuvo en cómo financiarles los estudios a ese millón, pero no en la calidad de la formación que reciben.
Exacto. Y en el tema de la calidad le asigno gran importancia no a lo que pasa fuera de la universidad, sino dentro de ella. Y eso tiene que ver con varios aspectos.
Uno de ellos, explica, es la actualización de los currículos de «la mayoría de las carreras», para que respondan a los requerimientos profesionales del siglo XXI. Lo segundo es cambiar la metodología de enseñanza dentro de la sala chilena y asimilarla a la que se da en las entidades anglosajonas. «Ahora, el 80% de lo que aprende el estudiante se lo da el profesor en la clase y el 20% lo aprende por su cuenta».
¿Y cómo es allá?
Es justo al revés: el 80% de lo que aprende el estudiante es lo que cultivó por su cuenta, mientras que los académicos orientan, dan ideas acerca de qué leer, por ejemplo.
Y al egreso, ¿qué se hace?
Tiene que haber una sintonía entre lo que se va enseñando y lo que demanda el mercado del trabajo. Hasta hace poco, las universidades percibían que su función se terminaba cuando los estudiantes egresaban. Pero ahora se están dando cuenta de que su imagen depende de lo que les pasa a ellos.
«Hay que evitar la discontinuidad que existe hoy, entre la metodología de enseñanza del colegio, donde jóvenes guiados y protegidos no toman decisiones, y el de la universidad donde comienzan a tomar opciones y a darse cuenta de que no entienden lo que les enseñan».
Dado como fue la discusión este año, ¿usted cree que sea posible levantar el tema de la calidad dentro de la discusión pública?
Un modelo interesante es lo que hacen otros países. Inglaterra fue el primero que creó una comisión de educación superior para el siglo XXI. Es un grupo formado por expertos en educación, independientes, que se plantearon el problema de fondo que es cómo mejorar la educación superior. En Australia, el Estado presionó a las universidades para que mejoraran y se transformaran en un rubro exportable. Ahora, la educación superior es la tercera área de exportación más relevante.
En Chile, en toda la discusión de este año, ¿se escuchó hablar de qué tipo de educación se requiere para el siglo XXI y el mundo global? No, porque las preguntas relevantes no han estado sobre la mesa». Interrogantes, dice Meller, que tienen que ver con que «Chile necesita una carta de navegación que defina el tipo de universidad que queremos.
¿A quién le corresponde definir eso?
Como lo hicieron otros países, donde constituyeron comisiones y donde el Estado convocó, que es la mínima responsabilidad que tiene junto con preocuparse de hacia dónde debe ir el país en el largo plazo.
Lamentablemente, la óptica del Gobierno es que estamos en un sistema con 60 universidades (sin contar a los IP y CFT), donde la decisión de qué es universidad y qué hace la toma cada entidad. Y donde el mercado dice que a las universidades que predicen mejor el mundo del mañana les irá bien y las otras quebrarán. Y en ese esquema, ¿para qué me meto, si todo lo decide el mercado?[/b]
¿Y qué problema genera eso?
Que en este caos descentralizado se genera un exceso de ofertas de carreras, que a nadie le preocupa, pese a que estás produciendo profesionales con dificultades para encontrar empleo, otros que no trabajan en lo que estudiaron o están sobrecalificados para lo que están haciendo. El Estado no se puede lavar las manos en esto.
Mejor selección
«La PSU no da toda la información. Y no estoy en contra de esta prueba, porque la necesitamos como instrumento de selección, pero no puede ser lo único», dice Patricio Meller. Su experiencia con el proceso de selección del Global MBA muestra que un test de redacción puede ser muy útil para, efectivamente, seleccionar a los mejores, sobre todo a gente que tenga la capacidad de mirar los problemas con un enfoque distinto, más novedoso y creativo», explica.
«La buena redacción esta relacionada con la lectura. Cualquiera puede leer, y el esfuerzo que hace un niño leyendo y cultivándose permea a todos los estratos sociales», agrega.
Pero su propuesta va más allá: que el puntaje final sea una ponderación de un tercio del resultado en la PSU, otro tercio del test de redacción y otro tercio de la ubicación que el alumno obtuvo por rendimiento académico en su colegio.
Fuente: El Mercurio