Columna opinión Ignacio Walker para El Mercurio

Si excluimos las elecciones de convencionales -solo para los efectos del análisis- y consideramos nada más que las de alcaldes, concejales y gobernadores, la centroizquierda fue la gran ganadora. Me refiero al PDC, PS, PPD, PRSD, Ciudadanos y Nuevo Trato (ex FA); es decir, a las fuerzas de Unidad Constituyente.

Cuando parecía que el país se dirigía, casi por la inercia de las cosas, hacia una creciente polarización entre la derecha (Chile Vamos) y la izquierda dura (PC-FA), aparecieron, desde la geografía, los territorios, las comunas, las regiones, de abajo hacia arriba, los alcaldes, concejales y gobernadores de la centroizquierda convertidos en mayoría política y electoral.

Partiendo de la base de que no existe la unidad en la oposición y que lo que tenemos son dos opciones claramente definidas, las posibilidades de la centroizquierda dependen de su capacidad para asumirse sin complejos, sobre la base de ciertas convicciones básicas en torno a un programa de gobierno de corte reformista. Desde que Eduard Bernstein desvinculó a la socialdemocracia del marxismo hace más de un siglo, proclamando la necesidad de «un partido socialista, democrático, de reforma»; desde que los filósofos cristianos de la democracia en el período de entreguerras abrazaran la democracia pluralista separando aguas con el catolicismo integrista y, sobre todo, desde el fin de la Guerra Fría, democratacristianos y socialistas democráticos (o socialdemócratas) hemos aprendido a caminar juntos como «partidos de avanzada social», como los definiera Eugenio González, fundador del PS y senador, allá por los años 40.

Esa es la centroizquierda de hoy: la que reúne a los partidos de avanzada social con un claro compromiso con la democracia, la reforma y el reformismo. Quienes se restaron o automarginaron del Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución del 15/11, quienes votaron contra de la reforma constitucional de diciembre de 2019 que posibilitó el actual proceso constituyente, quienes optaron por «una ruptura democrática y constitucional» (resoluciones del PC en su XXVI Congreso concluido en diciembre último), lo que incluye «rodear con la movilización de masas» a la Convención Constitucional (discurso de Guillermo Tellier ante dicho Pleno), tienen todos el derecho a caminar junto con quienes, como Revolución Democrática, hicieron una consulta interna que decidió aliarse con el PC y no con Unidad Constituyente.

Es un camino legítimo que establece un bloque de izquierda claro y nítido. El «portazo» de dicho bloque al PS y el PPD, el Nuevo Trato y a su candidatura presidencial, Paula Narváez, despeja el camino para construir juntos como centroizquierda un camino de profundización de la democracia, bajo el signo de la reforma y el reformismo.

Estado Social y Democrático de Derecho, Estado de Bienestar, Economía Social y Ecológica de Mercado, Crecimiento con Equidad entendido como la búsqueda de alternativas al neoliberalismo y el neopopulismo, han sido algunas de las denominaciones que en Europa y en Chile esas dos grandes familias políticas (democracia cristiana y socialismo democrático) hemos dado a nuestras propuestas de cambio. Ellas tendrán que renovarse en el marco de la nueva Constitución y de un programa de gobierno que actualice esas propuestas en la era de la revolución digital, inteligencia artificial, ciberseguridad, cambio climático, cuidado de la naturaleza, de los ecosistema y la biodiversidad, transición energética, igualdad de género, reconocimiento efectivo de los pueblos originarios, y un estatuto de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y colectivos, junto con una estructura del Estado que sepa asegurar ciertos bienes públicos fundamentales como la seguridad, pensiones, salud y educación.

Apelar a la unidad de Chile la base de un renovado liderazgo de centroizquierda es la mejor forma de avanzar hacia una nueva mayoría social y política que le dé progreso y bienestar al país.

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