Lea la columna de Sebastián Edwards publicada en la sección Negocios del periódico nacional La Tercera.

Alejandro Foxley es un hombre valiente y consecuente, con una enorme integridad intelectual. Tuvo, junto con Edgardo Boeninger, un rol fundamental durante los primeros años del retorno de la democracia.

Yo no sé si los diputados Jackson y Boric saben quién es Alejandro Foxley, o si conocen el rol que éste jugó en nuestra historia contemporánea. Foxley es uno de los principales arquitectos del “milagro económico chileno”, ese proceso que los jóvenes diputados, con una ignorancia palmaria, desprecian, pero que logró sacar de la pobreza a millones de personas en tan sólo 25 años.

Alejandro Foxley es un hombre valiente y consecuente, con una enorme integridad intelectual. Tuvo, junto con Edgardo Boeninger, un rol fundamental durante los primeros años del retorno de la democracia. Con pragmatismo y una enorme visión de largo plazo contribuyeron a que el país empezara a zafarse de las ataduras de la dictadura y se moviera hacia la modernidad. Hace unos días, Manuel Marfán, viejo cuadro del Partido Socialista, dijo que en Chile había habido una generación de “economistas dorados”. Entre ellos, sin duda, el de mayor brillo fue Alejandro Foxley, ministro de Hacienda de Patricio Aylwin.

La segunda transición

El libro La segunda transición -publicado hace unos días- cuenta la historia de Alejandro Foxley, y a través de su vida va desgranando la historia de la economía chilena desde los años 60. Este libro magnífico es una larga entrevista que le hicieron las periodistas Cony Stipicic y Cecilia Barría.

En el texto, Foxley plantea un argumento simple y poderoso a la vez: Chile hizo una primera transición enormemente exitosa. Pasó de una dictadura a una democracia funcional, que ha obtenido las mejores calificaciones en América Latina. Además, la economía creció como nunca. Este éxito, sin embargo, ha venido aparejado de aprensiones y aspiraciones no satisfechas. El país necesita dar un nuevo salto adelante, entrar en una segunda transición, donde las relaciones entre las personas sean más amables, donde la modernidad llegue a todos los rincones de la nación, donde el crecimiento vuelva a ser vigoroso, donde la productividad nuevamente sea el motor del progreso, y donde la prosperidad esté al alcance de todos los ciudadanos.

Esta segunda transición, nos dice Foxley, requiere de nuevos acuerdos políticos, y especialmente de una visión de largo plazo que contemple como desafío central la nueva revolución tecnológica que enfrenta el mundo. Tenemos que pensar qué tipo de país queremos para nuestros nietos, qué sociedad deseamos en 25 años más.

En la reunión de la Enade, Carolina Goic acusó a Sebastián Piñera de apoderarse de la idea de la “segunda transición” para su campaña. Puede que eso sea así, pero la verdad es que no tiene nada de malo. De hecho, sería encomiable que un candidato hiciera suyas las ideas de un intelectual prominente que apoya a otra candidata. El compartir visiones y el mirar en la misma dirección es lo que permitirá que Chile vuelva a avanzar con el vigor de hace tan solo unos años.

Un poco de historia

En el año 1983, cuando ni el diputado Jackson ni el diputado Boric habían nacido, Chile tenía un ingreso por habitante prácticamente igual al de Ecuador. Ambos eran países pobres, con un alto porcentaje de la población desnutrida, con una pobreza mayúscula en muchas de sus regiones.

Hoy, Chile tiene un ingreso per cápita que es más del doble que el de Ecuador. Chile es hoy un país de clase media, con todas las tribulaciones que ello significa, mientras que Ecuador sigue siendo un país atrapado en la pobreza. Pero eso no es todo. Además, Chile supera a Ecuador en prácticamente todos los rankings sociales y económicos. Chile es menos corrupto, cuida más el medioambiente, tiene mejor educación y mejor salud, es un país más transparente y tiene mayores libertades civiles. Ecuador, es verdad, tiene una distribución del ingreso más pareja. Pero durante la última década Chile ha experimen- tado grandes mejorías en esta área y ha reducido la desigualdad a un paso más robusto que Ecuador.

En 1989, durante la campaña presidencial que traería la democracia de vuelta, Alejandro Foxley, quien había sido un duro crítico de los Chicago Boys, entendió que el mundo había cambiado. La Guerra Fría había llegado a su fin, y la única manera de prosperar era participando en forma activa en la economía mundial: apertura, competencia y productividad. Bajo su liderazgo, Chile consolidó las reformas de libre mercado y desarrolló políticas sociales que permitieron reducir la pobreza y mejorar la distribución del ingreso en forma significativa.

En las páginas de La segunda transición conocemos al joven provinciano que pasó de estudiar Ingeniería Química a interesarse en la economía; al líder universitario que conoció a Fidel y al Che Guevara durante los primeros años de la revolución cubana; al economista que al regresar de Estados Unidos se unió a la recientemente formada oficina de planificación durante el gobierno de Frei Montalva.

También conocemos al severo e incansable crítico de la dictadura, al hombre que dirigió Cieplan y que se transformó en una piedra en el zapato para Pinochet. Nos enteramos como, en compañía de sus colegas -entre los que destacan René Cortázar y José Pablo Arellano- organizó una verdadera oposición intelectual al régimen militar.

Quienes quieran entender la historia de Chile de los últimos 50 años deben leer este libro. No solo es necesario, también es inspirador. Alejandro Foxley es un héroe de nuestro tiempo.

Fuente: La Tercera


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