Este texto se basa en la intervención que Alejandro Foxley dio en el seminario Integración, Democracia y Desarrollo, que se realizó en Santiago el 23 de agosto de 2011.

En uno de sus últimos escritos, y recordando los inicios de su carrera política, el Presidente Eduardo Frei Montalva afirmó: “Mi generación supo que nuestra sociedad debía y podía ser transformada para mejorar la vida de todos los chilenos”.

Las siguientes generaciones en Chile se tomaron muy en serio este mensaje. Los 20 años de gobiernos de la Concertación y sus buenos resultados son un testimonio concreto de que hubo otra generación que asumió esta visión de la vida y de la sociedad. Pero, además, la siguiente generación aprendió que la clave de los procesos de transformación está en la gradualidad que, no por ser en apariencia más lenta y más negociada, es menos radical. Los logros están a la vista: en 20 años, la pobreza cayó del 39% al 13%; en 20 años el ingreso per cápita del país pasó de US$ 4.000 a US$ 15.000; en 20 años pasamos de 200.000 estudiantes en la educación superior a casi 1 millón hoy en día; y en estos 20 años también hemos presenciado una movilidad social sin precedentes en nuestra historia. Y todo esto en un marco democrático y de un manejo macroeconómico responsable también único en la historia de Chile.

Más allá de las legítimas preocupaciones y reclamos que recorren actualmente la sociedad chilena, estoy convencido que los libros de historia mostrarán que los últimos 20 años fueron los más exitosos, hasta ahora, en la historia republicana de nuestro país.


«Hoy, los grandes obstáculos que enfrentamos para convertirnos en un país desarrollado son de naturaleza política e institucional».

Por primera vez Chile se encuentra ad portas de convertirse en un país desarrollado. Nuestro país, y muchas naciones de América Latina, demostraron durante la crisis financiera que eran capaces de aplicar políticas contra cíclicas y que podían continuar con políticas macroeconómicas serias y responsables en medio de un colapso financiero global. Sin embargo, el último gran salto al desarrollo no será automático, ni siquiera si tenemos la sabiduría de esquivar los riesgos de burbujas financieras que actualmente amenazan a muchas economías emergentes; burbujas que ya han afectado seriamente a grandes economías mundiales como la de Estados Unidos, España, Portugal e Irlanda, por mencionar algunas.

Hoy, los grandes obstáculos que enfrentamos para convertirnos en un país desarrollado son de naturaleza política e institucional. Aquí me voy a referir a lo que, creo, son cuatro grandes riesgos: que, frente a los avances de la economía, las instituciones democráticas se queden rezagadas; que la calidad de la política se deteriore, y que las desigualdades se conviertan en una barrera estructural para nuestras sociedades. Después me voy a referir brevemente a lo que, a mi juicio, deben ser tareas prioritarias para enfrentar estos obstáculos.

1.- La economía avanza, pero las instituciones de la democracia se van quedando atrás.
El actual movimiento estudiantil chileno, que en los hechos se ha convertido en un movimiento social amplio, revela que nuestro sistema de democracia representativa no ha sido capaz de adaptarse a una sociedad cuya diversidad ha aumentado sustancialmente en los últimos años. Después de 20 años de crecer aceleradamente, y después de crear vías inéditas de movilidad social para los grupos más pobres y sectores medios, nos hemos quedado atrás en crear un sistema de representación que se ajuste a esta nueva realidad.

La bajísima participación electoral de los jóvenes, sumado a una incapacidad de las clases dirigentes de acomodarse a la diversidad social, económica, cultural y étnica que existe en el país, son una muestra clara de que las instituciones se han quedado atrás y de que no contamos con una representación adecuada.

2.- El desigual acceso a servicios sociales básicos.
Un tema clave a futuro será el acceso a los servicios públicos. La cobertura ha aumentado mucho, pero siguen subsistiendo serios problemas de calidad. Pensemos en los costos de los servicios, que en muchos casos son excesivos dado el ingreso de las personas. La mitad de los trabajadores en Chile gana menos de 420.000 pesos al mes, y los elevados precios de los servicios públicos, desde la educación a la salud, le produce a esta clase media un desajuste brutal respecto a sus legítimas expectativas. Cuando tenemos jefes de hogar que ganan 300.000 pesos mensuales mientras que la educación universitaria de uno de sus hijos cuesta 300.000 pesos al mes, lo que se obtiene es una enorme angustia cotidiana.

Este es un problema de fondo que, curiosamente, fue creado por nosotros mismos al impulsar una movilidad social sin precedentes en Chile. Por eso, una de las grandes tareas que tenemos por delante es dar a nuestras clases medias un acceso asequible en cuanto cobertura y costos a los servicios sociales básicos: educación, vivienda, salud, seguro de desempleo, entre otros. 

3.- El deterioro de la calidad de la política.
Nadie podrá negar que el populismo en América Latina sigue tan vivo como siempre. El populismo actual adquiere diversas formas, como las “democracias delegativas” de las que hablaba el cientista político argentino Guillermo O’Donnell. De hecho, en algunos países hoy día, si un Jefe de Estado o de gobierno quiere imponer su agenda, en vez de dialogar con la oposición, tiene la posibilidad de saltarse el Congreso recurriendo directamente a un plebiscito. Lo mismo ocurre cuando le incomodan decisiones o actuaciones del poder judicial o de la prensa.


«En casi toda América tenemos una clase política que ha tendido a autogenerarse, a perpetuarse en los cargos del poder político».

La tentación del atajo plebiscitario es grande. “¿Quiere educación gratis? – Sí”. “¿Quiere terminar con el lucro en la educación?” – “Sí, quiero terminar con el lucro en la educación”. Si un gobierno está perdiendo apoyo ciudadano, es tentador “inventar” una gran y costosa iniciativa social para satisfacer demandas inmediatas, sin preocuparse de las consecuencias de largo plazo de políticas públicas improvisadas al amparo de las urgencias de corto plazo.

A esto hay que sumarle que en casi toda América tenemos una clase política que ha tendido a autogenerarse, a perpetuarse en los cargos del poder político. ¿Cuántas alcaldes llevan más de una década liderando sus comunas? ¿Cuántos legisladores llevan muchísimos años en el Congreso? Esto es algo de lo que la gente, sobre todos los jóvenes, más se queja. Entre ellos cunde la sensación que nuestra clase política va a estar integrada siempre por los mismos.

Por último, la naturaleza de los medios de comunicación masivos ha cambiado sustancialmente en los últimos años. Con la irrupción de las redes sociales y medios menos centralizados se generan hoy una suerte de “clusters” de opinión, los que a veces cambian radicalmente de dirección en cuestión de días u horas, que ejercen una presión constante sobre la clase política. Así, quienes gobiernan, sea desde el Ejecutivo o el Congreso, van siendo superados por un pensamiento extraordinariamente efervescente de la sociedad civil. 

4.- Las desigualdades se convierten en una barrera estructural para el progreso económico y democrático.
Chile ha avanzado enormemente en reducir la pobreza en las últimas dos décadas, siendo hoy el país de América Latina con la menor tasa de pobreza. Todos estamos de acuerdo en que la desigualdad es uno de los problemas prioritarios de la región. Sin embargo, las desigualdades persisten.

El primer decil de Chile tiene, en promedio, nueve años de educación. El décimo decil tiene, en promedio, 15 años de educación. Estamos frente a una desigualdad fundamental que aún subiste en el sistema de educación. ¿Cómo podemos transformar el sistema para re-equilibrarlo hacia el lado en que el Estado pueda, de verdad, asegurar la equidad en la educación para todos los que no puedan financiarla?


«Mientras subsistan las enormes desigualdades de nuestro continente será muy difícil dar el salto económico hacia el desarrollo y consolidar definitivamente nuestras democracias».

Hoy, los chilenos pagan cantidades exorbitantes para educar a sus hijos, montos que no existen en ningún otro lugar del mundo. ¿Y para qué? Muchos de esos hijos entran a carreras con una muy baja calidad.

Muchos no terminan la carrera por un sinfín de razones, pero se quedan con una deuda elevada que presiona aún más a sus familias. Y muchos de los que logran sacar su diploma salen al mundo laboral para descubrir que existe una sobre oferta, que hay listas de espera interminables para conseguir un empleo. Y así, hay gente graduada de psicología que termina trabajando de cajero en un supermercado, con la consiguiente frustración personal, profesional y familiar.

Mientras subsistan las enormes desigualdades de nuestro continente será muy difícil dar el salto económico hacia el desarrollo y consolidar definitivamente nuestras democracias, desterrando, por ejemplo, el populismo. 

Entonces, ¿qué necesitamos para enfrentar estos cuatro problemas? Voy a concentrarme solamente en dos tareas que me parecen prioritarias en el Chile actual.

Necesitamos una democracia más representativa.
Para contar con una representación democrática que refleje mejor el Chile de hoy, y para evitar el deterioro de la calidad de la política, necesitamos contar con un sistema electoral que dé mejor cabida a la mayor diversidad que existe en el país, y que otorgue igualdad de oportunidades de representación a todos los sectores del sistema político.

Necesitamos un sistema electoral en el que los jóvenes puedan votar de verdad: es decir, la inscripción automática. Y la inscripción automática tiene que estar acompañada por el voto obligatorio. Ya se ha visto en otros países que el voto voluntario puede llevar, en el mejor de los casos, al ausentismo electoral de los jóvenes, y en el peor constituir un incentivo poderoso para grupos muy organizados, que a veces son grandes corporaciones, a acarrear en masa a gente para apoyar a sus candidatos o mociones.


«Necesitamos inscripción automática acompañada por el voto obligatorio y poner límites a la reelección».

Otro aspecto importante para reforzar la representatividad de nuestra democracia es tener límites a la reelección. Que alcaldes, concejales, diputados y senadores puedan ejercer una máximo de dos períodos, es decir sólo una reelección de por medio, es un reglamento que permitiría la renovación de nuestra clase política. Hoy en día, muchos de los jóvenes que marchan por nuestras ciudades ni siquiera se han planteado que puedan entrar al mundo de la política, porque les es algo ajeno, les parece una burbuja en la que se auto reproducen los de siempre. Pero entre estos jóvenes hay muchos líderes talentosos, y necesitamos que esa gente nueva entre al sistema político. Por eso, tenemos que terminar con las reelecciones indefinidas.

Necesitamos una reforma tributaria para una mejor educación.
Para comenzar a hacer frente a las desigualdades y para que las clases dirigentes se hagan creíbles en el esfuerzo por reducir la desigualdad, hay que concentrarse en una propuesta que sea fácil de medir y fácil de entender. En este contexto, propongo realizar una reforma tributaria vinculada directamente a una reforma de la educación. El gobierno y el Congreso se tienen que comprometer que todos los recursos adicionales que se obtengan de esta reforma tributaria, se gasten hasta el último peso en mejorar la calidad de la educación, en mejorar el sistema, en ampliar la participación pública en la educación, con el fin de otorgar un piso de calidad al 60% de la población con menores ingresos.


«Propongo realizar una reforma tributaria vinculada directamente a una reforma de la educación».

Este debería ser un compromiso fundamental para avanzar hacia la meta de igualar las oportunidades. Mejorar la calidad y la cobertura de la educación no es sólo un requisito para lograr el desarrollo pleno de Chile, sino también un imperativo social. Como decía Eduardo Frei Montalva, en la manera simple pero profunda que formulaba los grandes desafíos: “La vida debe ser hecha digna de ser vivida para todos”.

Y eso es lo que tiene que sentir cada persona, desde aquella del sector más acomodado y privilegiado, a aquella que todavía vive en una población marginal. Toda esa gente quiere que se le diga que la vida que tenemos hay que hacerla digna de ser vivida.
Me parece que, releyendo a Eduardo Frei Montalva, es a esto a lo que nosotros tendríamos que comprometernos en este momento histórico de Chile.

Fuente: CIEPLAN

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