Asegura que se debe apoyar el aumento a las empresas y que la rebaja a las personas beneficia a la clase media.

Siete hermanos y un sueldo de padre marino le hicieron imposible venirse desde Valparaíso a Santiago a estudiar Economía o Ingeniería. Escogió Civil Química en la Católica del puerto, la única especialidad que había, y al cuarto año empezó su aventura autodidacta como ayudante de Economía en la Escuela de Derecho. El “gallo de provincia de una familia donde todos vivían en una estrechez constante”, como recuerda, terminó becado en un doctorado en la Universidad de Wisconsin y después hizo parte de la tesis doctoral en Harvard. De ahí a la academia y luego a producir ideas.

La que parte en Teatinos 120, en marzo de 1990, es su historia más conocida, que lo hizo conocer el poder y que, entre otras cosas, lo tuvo de protagonista de la reforma tributaria que impulsó el gobierno de Patricio Aylwin. Su contraparte fue el entonces senador Sebastián Piñera, quien hoy, desde La Moneda, impulsa un ajuste impositivo que Foxley percibe como “una oportunidad para la política”.

Pero todos los hitos en la vida profesional y política de Alejandro Foxley empiezan y terminan en Cieplan, su trampolín a la cosa pública y también su eterno refugio. Lo formó en dictadura, a partir del Ceplan de la UC. Arrastró a todos los economistas, la mayoría con doctorados afuera, que tenía a su alrededor, quienes se “encuevaron” por más de una década a trabajar, discutir y escribir papers que nadie leía. Hasta que pasó la ola.

“Eramos surfistas aprendiendo a navegar para descubrir la ola buena. Eso ha pasado mucho después con los centros de estudio, como el CEP con la modernización del Estado. Ellos tenían guardadas en un cajón unas ideas a las que nadie les había prestado atención, hasta que llegó el acuerdo entre Insulza y Longueira”, dice hoy Foxley.
Logramos mucha influencia en la transición y para qué decir en el primer gobierno, fue impresionante. Terminó todo Cieplan ahí.

¿Cuándo llegó la ola para Cieplan?

Cuando el gobierno nos dejó ir a la televisión. Nunca lo habíamos conseguido. Con la apertura para la campaña del No, donde Ricardo Lagos apuntó con el dedo, yo salí como el economista de la DC… No señalé a nadie, pero mostré un estudio, paradoja de paradojas, de Felipe Larraín en la Católica, donde calculaba cuántos pobres había en Chile. El los cifró en 5,5 millones… yo dije cinco. Eso golpeó bastante. A partir de ahí empezamos a ser llamados para producir ideas para la gente que quería ganar el Plebiscito y la elección. Y lo hicimos siempre sin meternos en la cuestión política. Como consecuencia de eso, Patricio Aylwin me pidió que me hiciera cargo de coordinar el programa económico social. Logramos mucha influencia en la transición y para qué decir en el primer gobierno, fue impresionante. Terminó todo Cieplan ahí.

¿Cuáles eran sus diferencias con la izquierda de la Concertación?

Ellos creían mucho más en volver a un rol activo del Estado en el área productiva y eso tenía distintas expresiones. Yo estaba convencido de que no era adecuado y que teníamos que rebalancear lo que se había hecho. Yo creía en la globalización, en competir en el mundo y en que había que hacerle un espacio amplio al sector privado. Con Carlos Ominami tuve muchas diferencias al comienzo, pero finalmente él aceptó el marco en el cual íbamos a trabajar y terminó siendo ministro de Economía cuando yo fui de Hacienda.

Cuando se conforma el gobierno, ¿qué era intransable y dónde había espacio para acuerdos?

Intransable era el funcionamiento de las instituciones y tuvimos que dar muestra de eso incluso antes de asumir.

¿Cuál era la consigna para los acuerdos?

Primero, hacer creíble que un país se construye escuchando a todos los sectores y buscando un terreno común. Algunos decían que éramos unos salvajes que nos íbamos a bajar de los árboles a hacer quizás qué tonteras populistas. Me tocó ir por primera vez a la reunión de la Enade. Ante más de mil personas dije que creíamos en el camino de continuidad y cambio. Hablé mucho de las reglas que se iban a respetar en el plano económico y del funcionamiento del sector privado y la globalización, hablé de las políticas sociales e hice un llamado para que nos midieran en nuestra capacidad o no de construir algo. Terminé y un ejecutivo joven levanta el dedo y dice: “Señor Foxley, lo he escuchado con mucha atención, pero quiero decirle con franqueza que no le creo nada”. Ese era el punto de partida: el grado de desconfianza era tremendo.

¿El cuidado de la incipiente democracia era lo más gravitante?

En política económica, y sobre todo para un ministro de Hacienda, el proceso es más importante que los objetivos.

Todos aprendimos a reaccionar frente a una situación de equilibrio inestable que había que cuidar. Estaba el temor de que hiciéramos estupideces, que íbamos a soltar el presupuesto y a gastar como locos, que la gente iba a salir a las calles en un paro general permanente, o que los empresarios se iban a llevar toda la plata para afuera. Todo el mundo andaba asustado. La conversación que se generó nos hizo aprender que en política económica, y sobre todo para un ministro de Hacienda, el proceso es más importante que los objetivos. A lo mejor no es el óptimo técnico… Tú transas, salvas lo más importante y llegas a algo que es aceptado por todos y es más perdurable.

Miremos lo que pasa en el gobierno actualmente. Hay muchos objetivos, tal vez adecuados, maximalistas u objetivos que podrían tener acuerdo, pero son tan mal llevados en el proceso, que terminan alienando a todo el mundo o teniendo que “convencer” a dos o tres senadores de regiones. La capacidad de llegar a acuerdos se ha deteriorado.

¿A qué atribuye ese deterioro?

Hay una disociación. El Presidente Piñera toma iniciativas que frecuentemente son muy propias del centro político. Uno pensaría que si se manejan bien, en el Congreso debería haber un grado más alto de consenso. Pero en algún momento del proceso, sin querer cargarle la mano a nadie, a nivel más bien ministerial se llega a negociar y se empiezan a producir unos cortocircuitos impresionantes. Me toca escuchar a gente súper sensata de la oposición, algunos senadores a favor de la política de los acuerdos, que me dicen que el manejo que ellos hacen es tan inepto, tan provocador -a lo mejor no se dan cuenta-, que los dejan sin espacio, y cuando ya los tienen arrinconados, van y empiezan a hacer ofertas para conseguir uno o dos votitos y sacan raspando un proyecto. Y dejan enojados y sin aire a quienes están por alcanzar acuerdos.

¿Y del otro lado?

La reelección indefinida es fatal, porque hace que cada parlamentario empiece a pensar obsesivamente en ella y sus intereses adquieren prevalencia respecto de todo lo demás; además, se hacen más sensibles a los intereses de la gente que les da plata en el sector privado y se crean grupos de interés. Si eso lo sumas a la forma de actuar de los ministros, les das la excusa perfecta para ponerse al otro lado y se deteriora todo el proceso de toma de decisiones y la calidad en las leyes… Hay que maximizar la probabilidad de que los temas de Estado sean los que prevalezcan; si no haces eso, no vamos a ser una economía avanzada en el 2020.

¿Ve una oportunidad para la política en la reforma tributaria del gobierno?

Debiera ser una oportunidad y no un problema. Hay dos temas que hay que apoyar, uno es el aumento del impuesto a las utilidades de las empresas a 20%, porque todavía estamos con una tasa muy baja. Y, segundo, la reducción al impuesto de las personas, que es importante para aliviar a la clase media y, algo que hay que contestarle al argumento de por qué le bajamos la tasa al tramo más alto, para reducir la brecha entre el impuesto a las personas y el impuesto a las empresas. Si el primero en el tramo alto está demasiado arriba, más que el impuesto a las empresas, eso invita a que esas personas construyan fórmulas, legales pero artificiales, por las cuales canalizan sus ingresos para no pagar esa tasa alta. Es la paradoja en Chile de que los que están en el tramo más alto terminan no pagando impuestos o pagando una tasa muchísimo más baja.

¿Le parece que la reforma es tan revolucionaria como ha planteado Piñera?

No, no es revolucionaria. No es muy ambiciosa, pero para ser equilibrado hay que señalar que es positivo el compromiso de que los ingresos vayan a educación, porque ese es hoy día el problema más serio.

La brecha entre lo que busca recaudar el gobierno y lo que quisiera la Concertación se ve insalvable.

Hay una visión muy distante sobre las necesidades que el país tiene y los requerimientos de financiamiento. En la Concertación tenemos la convicción de que para resolver los temas pendientes se requiere un esfuerzo importante y ahí puede haber una diferencia, pero espero que se tenga el buen sentido de entender que es una diferencia legítima, que probablemente no se va a resolver ahora y que debiera ser tema en la campaña presidencial. Ahora hay que dar la señal al país de que frente a los problemas, por lo menos se da un paso. La recuperación de la política no se produce por milagro, se gana paso a paso.

El eje PS-DC

¿Qué relevancia le da al eje PS-DC?

Le doy la más alta relevancia a la Concertación, en ella nos formamos toda la generación que trabajó en la transición y en la consolidación de una buena democracia. Todo lo que se haga para no sólo preservarla, sino que fortalecerla y revitalizarla con nuevas ideas, lo voy a apoyar siempre.

Las diferencias entre los bloques PS-DC y PPD-PRSD no parecen ir en esa dirección.

Veo un riesgo significativo de que haya gente que no tenga claro que el tema principal es una coalición de centroizquierda que le abra camino al país en una nueva etapa. La idea de frentes se genera para confrontar, y un frente de izquierda va a invitar más tarde o más temprano a uno de derecha: esa experiencia ya la vivimos a comienzos de los 70, con consecuencias catastróficas. La clave del éxito de la democracia, hasta ahora, ha sido un movimiento hacia el centro y una coalición de centroizquierda con ideas claras, con buenos líderes y con una capacidad de poner el país encima de los intereses partidarios.

Esto está afectando a las cartas presidenciales de la DC.

Yo creo que se está enfrentando una situación coyuntural conflictiva, y hay que esperar que predomine la racionalidad y que no se miren las parcelas chicas y los intereses cortos, y se retome la senda. No hay ninguna coalición en la historia de Chile que haya tenido el resultado, en términos de desarrollo del país, que ha tenido la Concertación. Tengo la expectativa de que estas voces muy ruidosas se tranquilicen, se dediquen a tener un buen resultado en la elección municipal y después a enfrentar de verdad lo que el país necesita, que es una coalición de centroizquierda unida, la Concertación.

¿Está convencido de que el país sigue necesitando a la Concertación como la conocemos?

O sea, la Concertación tiene que renovarse, no es como la conocemos o como la conocimos… Las coaliciones tienen que ponerse a tono con los nuevos problemas y desafíos. Lo que hace falta hoy día es precisamente acumular ideas fuerza en vez de estar peleando, en el fondo, por cuotas de poder.
Lo que hace falta hoy día es precisamente acumular ideas fuerza en vez de estar peleando, en el fondo, por cuotas de poder
¿Cuál fue el momento más difícil de sus cuatro años en Hacienda?

Hubo momentos complicados. Por ejemplo, para la Guerra del Golfo la inflación se disparó y hubo gente que empezó a pedir mi renuncia, entre ellos, mi buen amigo Sebastián Piñera. Eso lo recuerdo siempre y nos reímos. Lo más difícil fue convencer a todo el mundo, incluyendo al Presidente, de que era transitorio.

La sensación que quedó tras su paso por la presidencia de la DC es que se la ganaron.

No, trataron de ganármela, se armó un grupo que encabezaron Adolfo Zaldívar, Moreno y Enrique Krauss, entre otros, que después de la municipal, cuando habíamos bajado apenas un punto, al 27%, trataron de decir que esto era ya el fin del mundo y que debíamos irnos. Yo recibí el respaldo del consejo nacional y el episodio se cerró, pero en la prensa quedó la idea de que nos habían ganado.

Pero no fue candidato presidencial.

No, pero nunca estuvo en mi agenda… De frentón, no. Son de esas cosas que si te las plantean, tú no dices que no; si ocurren, bueno, ocurren, pero yo nunca estuve activo en eso. Ni un minuto.

Fuente: La Tercera


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