«Me pasé en eso varias semanas para tener un mínimo posible de recursos para instalar ahora a un Ceplan independiente que se llamaría Cieplan», cuenta Alejandro Foxley sobre los inicios del centro de estudios durante la dictadura, hoy en La Tercera.
«En septiembre de 1973 estaba radicado en Inglaterra y vio el bombardeo a La Moneda y se enteró de la muerte de Salvador Allende por televisión. El impacto lo hizo adelantar sus planes de regreso a Chile.
El año del Golpe estaba dirigiendo el centro de estudios Ceplan de la Universidad Católica. Recibí una invitación para ir como profesor visitante por un semestre a la Universidad de Sussex, Inglaterra, y acepté. Salí de Chile, con mi señora, en agosto del año ´73. En esos meses el ambiente en el país estaba con un fuerte grado de alteración, de conflicto enorme, y con mi señora tuvimos la duda de si era el momento para viajar. Pero, por otro lado, trabajaba en un centro de estudio que buscaba redes internacionales que nos permitieran subsistir en un contexto distinto. Por eso decidí aceptar esa invitación académica. No sabíamos que iba a haber un golpe, pero sí que la situación era muy difícil y muy crítica.
Instalados en la universidad se realizó allí una conferencia internacional muy importante, con economistas destacados de todo el mundo, justamente en los días en que se produjo el Golpe. Estaba terminando la primera sesión del seminario cuando alguien de los organizadores interrumpió y dijo: ¡Hay un Golpe de Estado en Chile!, pusieron el televisor en la sala y empezamos a ver en la BBC las terribles escenas del bombardeo a La Moneda, supimos de la muerte de Salvador Allende y entramos, en realidad, en un estado de shock.
Uno de los economistas invitados a la conferencia internacional, donde yo estaba participando, era Aníbal Pinto, un hombre de un enorme prestigio no solo en América Latina, sino en el mundo. Él escribió ese famoso libro Chile, un caso de desarrollo frustrado. Nos conocíamos de hacía tiempo y al salir de esta primera sesión de la conferencia le dije: vámonos a almorzar juntos. Nos fuimos por ahí cerca de la universidad, a un restaurante, y empezamos a conversar de lo que estaba sucediendo en Chile. Ahí él me dijo: ‘Yo te voy a contar por qué esto me duele tanto’. Me describió su muy larga amistad personal con Salvador Allende, y mientras hablaba le empezaron a correr las lágrimas, con una muestra de dolor muy impresionante.
Continuó el día, las sesiones de la tarde de la conferencia, y en la noche puse el televisor y vi a unos militares quemando libros, me parece que era en La Moneda, ¡quemando libros en la calle! En ese momento miré a mi señora y le dije: tenemos que volver, y yo voy a volver para defender la libertad de pensar y también para decir la verdad de lo que está ocurriendo.
Pero tenía un compromiso hasta fines de diciembre en la universidad, entonces decidí adelantar el regreso a los primeros días de noviembre de 1973.
Mis hijos estaban en nuestra casa en Santiago, bajo el cuidado de sus abuelos, y cuando regresamos en noviembre me enteré de que al día siguiente del Golpe llegaron a allanar la casa. Mi suegro, que era una persona muy bien plantada, les dijo en la puerta a los militares: los dueños de casa están en el extranjero; no hay ninguna razón para que ustedes entren. Afortunadamente, hasta ahí llegó esta operación militar de tratar de registrar nuestra casa.
No obstante, cuando el Golpe ocurrió se comprobaron nuestros peores temores. Y tuvimos que hacer lo que hicimos: acortar nuestra estadía afuera y regresar a dar la pelea acá en Chile.
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Al volver seguí estando en la Universidad Católica, pero se había nombrado ahí de rector a un almirante. Yo ya sabía que nuestros tiempos estaban contados en la universidad. Esto, porque una semana después de que llegué a Chile, el rector llamó a un consejo superior con los decanos y directores de unidad, yo era director de Ceplan, así que asistí. En este consejo, el rector anunció que la universidad iba a tener un problema presupuestario muy grave, porque el Ministerio de Hacienda le había recortado su presupuesto en una forma drástica y que eso lo iba a obligar a despedir a un número muy importante de profesores, a cerca de 200. Dio ese anuncio y señaló que ‘vamos a volver a reunirnos para comunicar la decisión final’.
Nos fuimos de la reunión y, afortunadamente, a un grupo se nos ocurrió ponernos en contacto con una persona que trabajaba en la dirección de Presupuestos del Ministerio de Hacienda, quien en forma clandestina se comprometió a pasar la información presupuestaria de la Universidad Católica. Nos mandó esos datos y nos dimos cuenta de que las cifras que daba el rector no eran las verdaderas. Yo las anoté y en la siguiente sesión del consejo superior el rector sostuvo que efectivamente se harían varios despidos. Allí yo levanté el dedo y pedí la palabra: ‘Señor rector, le tengo una buena noticia. A usted lo han informado mal, porque el recorte que se supone se le iba a hacer al presupuesto de la Universidad Católica no ha ocurrido. Tengo información fidedigna de que no es eso lo que está pensando el Ministerio de Hacienda’.
Bueno, el rector se enfureció y me respondió: ‘Espero que lo que usted está diciendo tenga alguna base y lo conmino a que mañana, a las 8 de la mañana, se reúna con el vicerrector económico y le muestre las cifras’. Con mucho gusto, le respondí.
Al día siguiente me reuní con el vicerrector, le mostré las cifras y él quedó un poco paralizado. Me dio una explicación bastante confusa y hasta ahí llegó la conversación. Para terminar esta parte de la anécdota, unos días después me encontré en un pasillo de la universidad con un decano y me comentó que el rector le pidió que me transmitiera el siguiente mensaje: ‘¡Dígale a ese señor que vino a ponerme una bomba en el consejo superior que la bomba le va a estallar en la cara!’. Tal cual.
Lo único que esa situación hizo fue apurar el proceso en el que ya estábamos, que era buscar alguna forma de subsistir como centro académico independiente, yéndonos de la universidad, porque, obviamente, no estaban las condiciones mínimas para tener libertad de expresión, académica y de pensamiento. Así empecé a recorrer países donde pudiéramos obtener recursos, como Suecia, Canadá y hasta Naciones Unidades.
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Me pasé en eso varias semanas para tener un mínimo posible de recursos para instalar ahora a un Ceplan independiente que se llamaría Cieplan.
En eso estaba cuando me llamó la secretaria del rector, aunque ya me había llegado la historia de que él me iba a expulsar de la universidad. Pero por esas cosas que pasan en la vida que uno no planifica, un par de días antes me había llegado una carta del presidente del Banco Mundial, Robert Magnamara, donde me invitaba a que formara parte de un consejo junto a la presidencia del Banco Mundial, para hacer un planteamiento de la pobreza y qué se podía hacer al respecto.
Con esta carta en la mano me reuní con el rector y alcancé a renunciar antes de que él me echara.
De ahí viene un período complicado, que es hacer factible un centro de estudios independiente; cuando pudimos hacerlo arrendamos una casa muy vieja, no teníamos casi ninguna ayuda. Pero el día en que logramos condiciones mínimas fui donde el rector y le dije: nos vamos, porque aquí no se respeta la libertad académica.
Nos fuimos con un grupo, todavía quedaron otros, nos instalamos y nos pusimos Cieplan, que algo habla de la resiliencia de la gente que le tocó sufrir el Golpe de Estado estando en Chile. Es que de esa situación tan difícil logramos sacar suficiente voluntad, energía, deseos de lograr un buen país en democracia y la prueba está en que llevamos más de 40 años tratando de hacerlo.
-¿Conoció al expresidente Salvador Allende?
-No.
-¿Conoció al exgeneral Pinochet?
-A Pinochet lo conocí cuando llegó a la Cámara Alta como senador designado y yo había sido elegido senador por la Región Metropolitana, pero nunca intercambiamos palabra, ni siquiera un saludo.
-¿Cuál fue el hecho que más lo marcó de ese período?
-Cuando en el barrio donde vivíamos, en una casa de por medio desapareció el vecino y nunca más supimos de él. Ahí entendimos que el tema de los derechos humanos iba a ser esencial y que teníamos que encontrar la forma de mostrar solidaridad en este tema. Nos vinculamos con la Vicaría de la Solidaridad y con el cardenal Silva Henríquez. De hecho, Ignacio Walker fue uno de los abogados por años en la vicaría. Pero, además, había que convocar gente que pudiera pensar el futuro de Chile con una visión transversal, no excluir a nadie y, particularmente, lograr un acuerdo con la gente de izquierda que no tenía un espacio donde plantear sus ideas. Finalmente, entendimos que también había que escuchar a la gente. ¡Era tan grave lo que le había pasado a Chile, se le habían desplomado todas sus instituciones! Tenía que haber una cierta sabiduría sumergida en la gente común que estaba viviendo situaciones extremadamente difíciles e inventamos ahí un programa que llamamos Diálogos con la Comunidad durante tres años, estuvimos saliendo a terreno casi todas las semanas, desde Punta Arenas hasta Arica, a conversar con gente común. No era fácil, porque cuando esas visitas iban acompañadas de algunas charlas a veces no las podíamos dar.