Autor: Alejandro Foxley
Fuente: La Tercera

Hace unos días tuve el privilegio de ser invitado por la Comisión de Hacienda del Senado para intercambiar ideas acerca del Proyecto de Ley de Reforma Tributaria. Al terminar la sesión intuí que algo importante estaba pasando en esa instancia política-legislativa. Aprecié que entre esos senadores se estaba dando una reflexión de fondo acerca de los contenidos e implicancias de los cambios propuestos. Se estaba escuchando con cuidadosa atención a los invitados que finalmente sumaron más de 90 personas u organizaciones. Se valoró su aporte y sus variadas experiencias. Finalmente ese proceso culminó con un acuerdo unánime de apoyo a la Reforma Tributaria, propuesta por el Gobierno y enriquecida por los numerosos aportes que procesó la Comisión del Senado. 

En días anteriores a ese, se había firmado otro muy importante acuerdo entre el Ministerio de Hacienda y la CUT respecto del salario mínimo y su reajuste plurianual. Se firmó sin gran aspaviento. Pero reflejó, tal como el acuerdo tributario, la existencia de un “capital social”, algo sumergido pero latente en el país: la capacidad política de ponerse de acuerdo entre sectores con intereses diversos, cuando las circunstancias del país así lo requieren; así también se asentó una percepción de liderazgo, que han mostrado esos hechos, por parte de quien dirige la política económica del país, su Ministro de Hacienda. 

¿Qué pasó con los políticos, usualmente menospreciados como una clase dirigente que persigue sólo sus intereses y que se aferra al poder? ¿Qué ocurrió con los dirigentes de la principal organización sindical del país, que en el plazo de un par de días de negociación fue capaz de llegar a un acuerdo con las autoridades de Hacienda?

Lo que hemos estado viviendo es un test de enorme significación: cómo reacciona el sistema político, los políticos, ante el desafío de lo que viene por delante: un conjunto de reformas estructurales profundas, que a algunos atemorizan, a otros les aumentan expectativas de un cambio radical en la orientación del país y su economía entendido como un punto de quiebre con el enfoque gradualista y reformista que, predominó en el país a partir de 1990. Y a un tercer grupo que les reafirma la validez de los enfoque graduales y dialogados para lograr los cambios. 

Lo que los dos hechos políticos recientes, más arriba mencionados sugieren es que hay una mayor capacidad de dirigentes políticos y sociales para comprender que los cambios hay que hacerlos y que a menudo éstos requieren compartir sacrificios, porque no estamos tranquilos con tanta desigualdad de ingresos, de calidad de vida y de oportunidades. Y que el mejor método para lograrlos es a través de acuerdos políticos tan amplios como sea posible.

Pero hay que matizar lo anterior, con una apreciación realista de lo que viene. Se va a avanzar en las reformas estructurales pero las mejoras en la distribución de ingresos va a ser lenta. Así lo muestra la experiencia comparada internacional.

La paradoja del crecimiento infeliz
Para poner el dilema político de lo que esto plantea en perspectiva y en contexto, es conveniente señalar que nuestro país no es una isla respecto de lo que ocurre y lo que expresa la mayoría de la población en países de desarrollo intermedio, como lo es hoy Chile. El BID hizo un estudio hace unos años del estado de ánimo de la población en un grupo importante de países latinoamericanos. La conclusión más relevante del estudio es que los países que habían crecido más rápido, en que Chile se destacaba como un “caso ejemplar”, eran también aquellos donde la gente expresaba más impaciencia y descontento con las circunstancias particulares en sus vidas cotidianas.. El informe del BID llamó a este fenómeno “la paradoja del crecimiento infeliz”.

Nadie podría cuestionar esa hipótesis al observar las variadas expresiones de ese descontento en años recientes, en Chile, bajo la forma de protestas, cuestionamientos de los ciudadanos respecto de los políticos y la aparente distancia de ellos con sus problemas cotidianos. Ello ha ocurrido en una fase en que el país ha crecido a una tasa más que el doble a la que creció en dictadura. 

Podría darse la paradoja que el gobierno, con el alto respaldo que exhibe, de hecho avance en las reformas estructurales más importantes y que, a pesar de ello, la gente común continúe viviendo cotidianamente “la paradoja del crecimiento infeliz”, quejumbrosa e insatisfecha.

Una pregunta que seguirá siendo relevante, para orientar la acción pública y prevenir la permanencia de este fenómeno será: ¿Qué es lo que mueve a la gente hoy día? Los datos en las encuestas muestran que más del 80% de la población se siente de clase media, aunque objetivamente muchos todavía no lo sean.

¿Qué motiva a la clase media, no sólo en Chile, sino incluso en economías más avanzadas? Estudios del respetado sociólogo sueco G. Esping Anderson en países del Norte de Europa, preocupados por el aumento de la desigualdad de ingresos que se observó en esos países como consecuencia de la globalización y de los cambios tecnológicos, etc., concluye que a la clase media le importa, menos la desigualdad de ingresos en abstracto.

La preocupación principal es lo que ocurriría con ellos y su familia a lo largo de su ciclo de vida ¿van a mejorar, o a estancarse o retroceder? ¿Qué legado van a dejar, a través del cual van a ser medidos por sus hijos? ¿Cómo podrán manejar el impacto en sus vidas de lo inesperado? ¿Qué le ocurriría a su hijo-hija si egresa de la universidad y encuentra un trabajo inferior a su calificación y al esfuerzo de toda la familia? ¿Podrán las mujeres, madre o hijas entrar y salir de trabajos que se ajusten a sus requerimientos y ciclo vital? ¿Quién le tiende la mano al adulto profesional mayor de 40 años que pierde su empleo, cómo aprovecha la sociedad su madurez y su talento? ¿Quién y cómo corrige a tiempo el hecho que al jubilar la jubilación podría ser notoriamente más baja que la necesaria para sobrevivir con dignidad, desde su posición de clase media? 

Estas preguntas son muy relevantes para cualquier chileno de clase media. Plantean una alta exigencia a la clase política para pasar de la etapa de los macroacuerdos, como el de la Reforma Tributaria, a avanzar en una agenda de “microacuerdos” que busquen dar respuesta a las preguntas más arriba planteadas respecto de la calidad de vida cotidiana. Un buen punto de partida pueden ser algunas de las 50 medidas propuestas por la Presidenta Bachelet. Pero también deberían agregarse iniciativas de otras agrupaciones políticas, sociales o de comunidades locales que apunten al mismo objetivo: superar gradualmente aquello de «la paradoja del crecimiento infeliz».

Fuente: La Tercera

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