Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

La alta votación que obtuvo Bolsonaro en Brasil debiera hacernos reflexionar como país. Cuando él, como senador, votó a favor de la destitución de Dilma Rousseff, homenajeó al exuniformado que la torturó durante la dictadura. Sus discursos xenófobos, racistas, homofóbicos y misóginos son conocidos. ¡Cómo Brasil pudo llegar a eso! En parte es el resultado de la indignación ciudadana frente a la delincuencia, la corrupción y la inoperancia de las instituciones. Pero la indignación y el nacionalismo exacerbado no es solo un fenómeno brasileño. Para la prensa internacional, además del original, existen el Trump brasileño (Bolsonaro), el filipino (Duterte), el austríaco (Hofer), y así.

Como soy economista (nadie es perfecto), me concentraré en estas líneas en algunos argumentos económicos, reconociendo de antemano que la reflexión política propiamente tal es más promisoria en este tema. Respecto de esto último, solo diré que la masividad de las redes sociales ha sido disruptiva, y ha puesto a la defensiva a las elites tradicionales en casi todas partes, Chile incluido.

La primera reflexión es que la indignación como fenómeno político nace con la crisis financiera de 2008 (la Gran Recesión). En efecto, esa crisis es la más profunda y grave de las economías desarrolladas desde la Gran Depresión. El camino hacia la normalización plena ha sido lento y todavía no termina.Ciudadanos y Podemos, por ejemplo, son dos partidos españoles postcrisis que surgieron de agrupar a los indignados, y que crecieron a costa de los partidos tradicionales. 

Pero la indignación organizada políticamente es buena para presionar y denunciar, pero no sirve para gobernar. Solo baste recordar que, en 2016, España tardó ocho meses en poder formar un gobierno, con dos elecciones parlamentarias entremedio. También, la Gran Recesión fue un fenómeno internacional que, desde la perspectiva de los países desarrollados, transformó al planeta desde un mundo de oportunidades a un mundo de amenazas (incluyendo los flujos migratorios desde el Medio Oriente). De allí el nacionalismo, de rechazar lo externo y exacerbar lo nuestro. Como en Europa y Japón después de la Gran Depresión. La buena noticia, por otro lado, es que hay excepciones notables que vale la pena estudiar, como Australia, Nueva Zelanda y Canadá.

La primera vuelta de nuestra última elección presidencial mostró una votación importante del Frente Amplio, una coalición cuyo pegamento es la indignación y el desencanto con las élites tradicionales. Esa mezcla, como en otras partes, ha sido rentable electoralmente, pero es insuficiente para transformarse en alternativa de gobierno. El tiempo dirá. Pero también apareció una derecha nacionalista con un no despreciable 8% de los votos. Esos porcentajes seguirán creciendo mientras los partidos tradicionales no se pongan de acuerdo para que el país funcione.

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