Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

La ley del más fuerte es un mal arreglo institucional para los pequeños y débiles. Uno podrá estar en desacuerdo, pero puede entender que un grandote promueva la ley del más fuerte. Lo que resulta francamente sin sentido es que un alfeñique también la promueva.

Digo lo anterior, a propósito de varios temas recientes ligados a las relaciones internacionales, especialmente las comerciales. Uno de ellos es la reciente causa de dumping chino en bolones de acero para la minería, a propósito del cual un funcionario de la embajada de China en Chile declaró: “podría perjudicar la cooperación económico-comercial bilateral”. Al respecto, ese tipo de causas tiene un proceso cuasi-judicial compatible con la OMC, donde los litigantes cuentan con todas las garantías de un proceso justo.

El dumping es una práctica comercial abusiva. Es juego sucio. Si esa mala práctica existió, hay todo un protocolo de la OMC y la ley chilena para sancionar a los culpables y compensar a los damnificados. Si no es posible comprobarlo, todo queda en nada. En ese contexto, la declaración del funcionario chino es matonaje puro y simple, que busca intimidar en vísperas de iniciar un proceso. Mala cosa.

Otro caso es el de EE.UU. de Trump. Bajo la idea de “EE.UU. primero (America first)”, desconoce compromisos previos. Presiona agresivamente a Canadá y México, sus “socios” del Nafta; adopta medidas unilaterales contra la UE, Japón y China; se sale del Acuerdo de París y del TPP, entre otras cosas. ¿Cuál es el mensaje de fondo? “No tenemos porqué ponernos de acuerdo con otros. Para eso somos una potencia grande y fuerte. Nosotros primero”. O sea la Ley del más fuerte.

Chile es un país pequeño y abierto a la economía internacional. El tono que está tomando el debate de los países grandes es preocupante para nosotros, pues potencialmente nos podría hacer mucho daño. En ese contexto, parece más que adecuada la estrategia adoptada a partir de 1990, en cuanto a suscribir acuerdos comerciales bilaterales y asociarse con grupos de países como la UE, APEC y Caricom. Como ya somos abiertos, no es mucho lo que concedemos. A cambio, esos acuerdos van generando una institucionalidad, donde no hay espacio para un eventual unilateralismo de nuestros socios. Como país pequeño, esa red de acuerdos y tratados nos hace más fuertes. Y los divorcios en esos casos se pagan caro. Si no, pregúntenle a Theresa May, a propósito del Brexit.

En los próximos días, el Congreso votará el TPP-11, otra iniciativa de acuerdo, donde pareciera que Chile no tiene mucho que ganar ni que perder. Mal razonamiento. El TPP se pensó como una iniciativa para fijar reglas del juego multilateral predecibles. Eso no le gusta a los países grandes y amatonados. Sin embargo, está costando armar una mayoría para su aprobación. Los argumentos para oponerse que he escuchado tienen la profundidad de un tweet (traducción para los menos tecnológicos: menos profundidad que una acequia). Rechazar ese acuerdo sería un paso más hacia la ley del más fuerte. Como el alfeñique del primer párrafo.

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