Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

Chile es una potencia minera de clase mundial. ¿Y por qué no hemos desarrollado una industria de insumos y maquinaria para la minería (como sí lo hicieron los australianos)? Chile tiene todas las características naturales para el desarrollo ganadero y, con ello, construir una industria de carne y lácteos de clase mundial. ¿Qué pasa en Chile que no lo hemos hecho (Nueva Zelanda sí lo hizo)?

Eso es lo que debe haber pensado la empresa danesa Maersk. Algo así como “Chile, como potencia frutícola de clase mundial, es un gran demandante de contenedores refrigerados como los que fabricamos nosotros. ¿Y por qué no fabricarlos en Chile?”. Pues bien, Maersk inauguró su nueva planta de San Antonio en 2015, y anunció el cierre de la misma en junio pasado.

¿Qué pasó? La idea original era construir un ecosistema productivo. La fábrica necesitaba trabajadores especializados, lo que requería un esfuerzo de capacitación. Eso estaba previsto. También se necesitaba de insumos -acero y aluminio especialmente-, una parte de los cuales debía ser provisto nacionalmente. Eso también estaba previsto. Y se necesitaba de un Estado proactivo, que ayudara en la coordinación de esfuerzos simultáneos. Por ello, Maersk y las autoridades de gobierno suscribieron un “memorándum de entendimiento” (MOU, por sus iniciales en inglés). Y todo lo anterior, en el entendido de que se trataba de un esfuerzo de largo plazo.

Si a la larga le va bien a la fábrica, también les va bien a los trabajadores capacitados y a los proveedores especializados. Todos ganan. Pero las demandas laborales fueron miopes, la industria siderúrgica nacional no produjo el acero especial, y las autoridades no fueron proactivas.

Dinamarca, donde está la matriz de Maersk, es un país que ha progresado sobre la base de estimular la cooperación, la confianza y la mirada puesta en el largo plazo, como es el caso de la mayoría de los países desarrollados. Chile todavía está en una etapa de oportunismo. Se negocia buscando depredar a la contraparte. Como los demás depredan, yo desconfío. Y aprovecho cualquier oportunidad de ganar en el corto plazo. El Estado, por su parte, espera que el mercado, por sí solo, resuelva esos problemas. Mala cosa.

El punto de partida está en el Estado. Es éste el que tiene la posibilidad de convocar a las diferentes partes para lograr acuerdos, y es también el garante para su cumplimiento. Así detuvo Chile la crisis energética que se nos venía encima (gracias Máximo Pacheco). Si el Estado tuviera esa actitud en un sentido amplio, quizás ya tendríamos un ecosistema para la producción de maquinaria para la minería, o un ecosistema en torno a una industria de lácteos de clase mundial. La cooperación, la confianza, la capacidad de llegar a acuerdos y cumplirlos, la mirada puesta en el largo plazo y, por sobre todo, un Estado proactivo en estimular esos comportamientos, no es un paso imposible de dar. Muchos países ya lo han hecho.

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