Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

El gobierno de EE.UU. cree que lo hace bien y lo hace mal: inició una guerra comercial con China, exigió renegociar los acuerdos firmados con sus socios, se retiró de iniciativas de cooperación internacional y se embarcó en una disputa comunicacional con la Reserva Federal. Se trata de acciones que resienten a la economía global y generan incertidumbre y desconcierto. Los gobiernos de Alemania y Japón también creen que lo hacen bien, pero lo hacen mal. Desde hace algún tiempo registran superávits de balanza de pagos (cuenta corriente) gigantescos, como una demostración de su competitividad en tiempos de la revolución tecnológica. Pero esos desbalances le quitan fuerza y dinamismo a la economía global, y también elevan los riesgos. EE.UU., China, Japón y Alemania son las economías top-4 del planeta y el impacto conjunto de ellas es más que relevante. Así, el riesgo de una recesión internacional ha ido tomando fuerza.

Cuando detonó la crisis de las economías desarrolladas, en 2007, Chile estaba bien preparado para enfrentarla. En efecto, el ahorro nacional más elevado de nuestra historia se registró en el bienio 2006-07. Por ello, contaba con holguras para impulsar un mix de políticas fiscal y monetaria simultáneamente expansivas. Hoy no podemos decir lo mismo.

El ahorro nacional actual (de julio 2018 a junio 2017) es el más bajo de los últimos 30 años, y hay pocos grados de libertad para reaccionar si fuera necesario hacerlo. Y no es culpa del precio del cobre: el precio actual es significativamente superior al de 2007. ¿Y por qué nos pasó esto? Hay varias razones. La principal de ellas es que nos pusimos a jugar con el impuesto a las utilidades de las empresas (primera categoría). En su momento predijimos en la sala del Senado que la reforma tributaria de 2015 resentiría la inversión, pero que el impacto negativo sobre el ahorro nacional sería aún mayor. Que para recaudar más desde las empresas resultaba mejor desintegrar los impuestos que aumentar la primera categoría. La reforma que se discute hoy está mal pensada: ese proyecto contempla mantener la primera categoría en su elevado nivel actual, y reintegrar los impuestos. O sea, al revés.

Se vienen días noticiosos en lo económico. El Banco Central presentará el Informe de Política Monetaria más importante del año. Pocas semanas después ingresará al Congreso el Proyecto de Ley de Presupuesto 2020, y escucharemos la exposición sobre el estado de la Hacienda Pública. Ojalá que esas noticias ayuden a despejar el ambiente. En las actuales circunstancias, con pocos grados de libertad para actuar, es mejor que la política monetaria sea más activa que la fiscal. No creo que sea sano un presupuesto “audaz”, como escuchamos estos días.

En Chile no está bien la cosa. Y lo percibe la gente. Las expectativas de mediano plazo de los consumidores (IPEC, percepción a 5 años, que se publica mensualmente desde 2002) marcaron su mejor registro histórico en diciembre de 2017, con ocasión del triunfo de Piñera en el balotaje presidencial, y su peor registro histórico en junio de este año. Mala cosa.

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