Este texto se basa en una presentación que Alejandro Foxley realizó ante el Board of Trustees del Carnegie Endowment en Washington D.C. el 25 de octubre de 2010.

1. América Latina, como siempre, se derrumbará con la crisis global.

Nuestra región tiene un largo historial de mal manejo de las crisis financieras. Por eso, muchos pensaron que en esta crisis, la más severa en décadas, los policymakers latinoamericanos tomarían decisiones equivocadas, produciendo resultados muy negativos para sus economías, tal como había sucedido muchas veces en el pasado.

Esta es la primera predicción que salió mal. De hecho, los gobiernos latinoamericanos parecen haber hecho casi todo bien a la hora de gestionar el fuerte shock externo. Si bien una caída en la actividad económica era inevitable, ésta sólo duró 15 meses. El aumento del desempleo fue un tercio del que se observó en las economías desarrolladas. Se espera que las economías latinoamericanas crezcan 5% al año en 2010 y 2011, mucho mejor que el pronóstico para la Unión Europea, Estados Unidos y otras economías avanzadas.

Parece que, por fin, se aprendieron las lecciones de crisis financieras anteriores. Durante la década de 2000, la mayoría de los países evitó los “déficit gemelos” que en el pasado se habían acumulado durante períodos similares. Los países de la región llevaron a cabo una política de balance fiscal y de superávits moderados en la cuenta corriente. La inflación se mantuvo bajo control. A diferencia de crisis anteriores, ahora el tipo de cambio ya no era fijo sino que flexible. Los bancos estaban mejor regulados que en crisis anteriores. La deuda del sector público y privado era considerablemente más baja –normalmente por debajo de 40% del PIB– que la observada en varias economías avanzadas.

En la fase post-crisis, muchas economías latinoamericanas podrían convertirse en víctimas de su propio éxito.

Curiosamente, el mayor riesgo que se percibe para el futuro de la región es de una naturaleza completamente distinta: en la fase post-crisis, muchas economías latinoamericanas podrían convertirse en víctimas de su propio éxito. La estabilidad económica y los positivos índices macroeconómicos ya están atrayendo enormes flujos de capital de Estados Unidos y otros mercados desarrollados. Las bajas tasas de interés (cercanas a cero en EE.UU.), los altos diferenciales que existen con las tasas de interés de las economías emergentes y el lento crecimiento de las economías desarrolladas han creado un escenario para una excesiva entrada de capitales y la consiguiente apreciación del tipo de cambio en las economías de mejor desempeño de Asia y América Latina.

Así, el desafío que enfrentarán los líderes de la región en los próximos dos a tres años será cómo evitar un sobrecalentamiento de sus economías y el consiguiente surgimiento de burbujas que elevarán la inflación y que forzarán políticas de ajustes fiscales y monetarios. De hecho, varios países de la región ya están aplicando formas de control de capitales y estimulando la salida de ahorros domésticos con el fin de prevenir un sobrecalentamiento y una pérdida de competitividad. Si esta política contra cíclica funciona, será la confirmación de que América Latina puede tener una agenda de crecimiento sostenible durante la post-crisis, contradiciendo las predicciones realizadas cuando estalló la recesión.

2. Los países más integrados con las economías avanzadas tienen un “seguro” contra la inestabilidad.

Una segunda predicción prevalente antes de la crisis era que aquellas economías más integradas con las economías avanzadas habían adquirido de cierto modo un “seguro” en contra de la inestabilidad, en especial si se unían a asociaciones de países como la Unión Europea.

Esto no sucedió. De hecho, se ha observado justamente lo contrario: un alto efecto de contagio de las economías de la Unión Europa hacia las economías de Europa del Este. Como consecuencia de la severa recesión que golpeó a la UE en 2008 y 2009, los países de Europa del Este tuvieron una tasa de crecimiento negativa de 8% en 2009, la que fue acompañada por una caída de 13% en las exportaciones a la EU. Las economías que más sufrieron fueran aquellas que más temprano adoptaron las normas, regulaciones y reformas económicas de la UE. A inicios de los años 90, los estados bálticos procedieron a liberalizar de manera drástica su comercio y flujos financieros, a desregular sus mercados locales y después a fijar su tipo de cambio al euro.

Después de las reformas y una vez incorporados a la UE, los países bálticos gozaron de una serie de ventajas iniciales para atraer capitales, préstamos e inversiones de Europa Occidental: los salarios y los impuestos eran más bajos, las regulaciones financieras eran casi inexistentes y el tipo de cambio fijo atado al euro garantizaba un retorno seguro para el capital extranjero.

Un enfoque gradual a la hora de ajustarse a las reglas de la UE y una orientación más conservadora hacia la desregulación financiera fueron un mucho mejor “seguro” en contra de los shocks externos que la alternativa implementada por los países bálticos.Una consecuencia de ello fue una enorme acumulación de capitales. Hacia 2007, los bancos de la UE prestaban a las economías bálticas el equivalente a 100% de su PIB. El crédito privado crecía a una tasa anual de 50%. La tasa de interés real estaba en cero o era negativa en Estonia, Letonia y Lituania. Esto indujo una explosión en los créditos de consumo y un auge en la construcción. Al mismo tiempo, el exceso de gasto generó grandes déficit en la cuenta corriente y en el presupuesto fiscal. Como resultado, la inflación se estaba descontrolando y, hacia 2008, los estados bálticos estaban perdiendo su ventaja comparativa que tuvieron al acceder a la UE.

Lo que siguió fue un colapso financiero. Hacia 2009, el PIB de los países bálticos se contraía entre 15% y 18%; el desempleo se empinaba al 20% y la inflación ya estaba entre 11% y 15% al año. La deuda externa alcanzó 130% del PIB en Estonia y 160% en Letonia. Casi la mitad de la deuda externa era de corto plazo.

Las condiciones económicas apuntaron hacia un “frenazo” en el financiamiento externo. La apreciación de las monedas locales sumado a la desaceleración de la UE llevaron a que en 2009 las exportaciones bálticas cayeran en casi 25%.

¿Fue algo inevitable? Ciertamente no. A países como Polonia y República Checa, que optaron por un enfoque más conservador y gradual a la hora de adoptar las reglas de la UE, les fue mucho mejor. Como decidieron no fijar sus tipos de cambio al euro, cuando ocurrió el shock externo fueron capaces de permanecer competitivos al devaluar sus monedas. Además, al fijar límites claros al financiamiento externo, no pasaron por un auge crediticio y, por lo tanto, no enfrentaron el inevitable estallido de la burbuja crediticia que viene después de un boom.

Un enfoque gradual a la hora de ajustarse a las reglas de la UE y una orientación más conservadora hacia la desregulación financiera fueron un mucho mejor “seguro” en contra de los shocks externos que la alternativa implementada por los países bálticos.

3. Las economías del Este Asiático retomarán rápidamente su crecimiento.

El argumento para esta predicción es simple: como fueron las economías que mejor resistieron la crisis y fueron capaces de recuperar sus niveles de expansión en apenas 12 meses, no hay razón para esperar que las tasas de crecimiento futuro estén por debajo de aquellas que estos países lograron en las décadas anteriores (en torno a 7% anual).

Esta predicción podría ser acertada para algunas economías del Este Asiático, pero no para toda la región. Hay países como Tailandia y Malasia, que a veces se describen como “economías de ingresos medios”, que experimentaron un repunte inmediatamente después de la crisis. Sin embargo, durante la última década fueron perdiendo gradualmente competitividad, lo que puede ser un impedimento para alcanzar tasas de crecimiento de largo plazo como las que se esperan para otros países en esa región. Las tasas de crecimiento de Malasia bajaron a un 4% en el período 2001 a 2009, después de crecer durante varias décadas a un promedio de 7% al año. La economía tailandesa enfrenta hechos similares.

Estas economías de ingresos medios han perdido competitividad a manos de dos grupos de países asiáticos. Los países de ingresos bajos se han vuelto más competitivos al aprovecharse de una ventaja: la abundante mano de obra barata. Esta estructura de costos les permite integrarse en la parte baja de la cadena de suministro global, fabricando productos de baja tecnología que se exportan al resto del mundo.

Las economías desarrolladas de Asia, en tanto, ya han transitado a una manufactura de alta tecnología al incorporar conocimientos y destrezas avanzadas a sus estructuras productivas. La innovación constante se ha vuelto un proceso endógeno: las empresas son capaces de diseñar, fabricar y exportar una amplia variedad de productos nuevos con mucho contenido agregado. Este es el caso de países como Japón, Corea del Sur, Singapur y Taiwán.

Para que la predicción sobre el alto crecimiento asiático resulte cierta, en el mediano plazo las economías de ingreso medio como Malasia y Tailandia deberán hacer frente a desafíos difíciles.En este escenario, los países de ingresos medios parecen perder competitividad en ambas direcciones. La fabricación en serie de productos de baja tecnología tiende a migrar a países como India, China, Vietnam y Camboya. La producción de alta tecnología ya está afianzada en Japón, Corea del Sur y Singapur. Aquellos países atrapados en el medio han experimentado una fuerte reducción en la inversión extranjera directa (IED). En Malasia, la IED bajó de 8% del PIB en 1997 a 2% en 2007. Una tendencia similar se observa en Tailandia. Es más, en Malasia, las inversiones como porcentaje del PIB cayeron de 43% en 1997 a 14% en 2009. En Tailandia cayó de 41% a 22% en el mismo período. Y no sólo migran las fábricas, sino también trabajadores altamente capacitados que buscan empleos en los países tecnológicamente más avanzados de la región. Esta migración de talento ha sido especialmente significativa en el caso de Malasia. 

Para que la predicción sobre el alto crecimiento asiático resulte cierta, en el mediano plazo las economías de ingreso medio como Malasia y Tailandia deberán hacer frente a desafíos difíciles: cómo recuperar las altas tasas de inversión que existían antes; cómo orientar las inversiones hacia productos y procesos que sean intensivos en el uso de capacidades más avanzadas; cómo mejorar la capacidad del Estado para lidiar con los cuellos de botella en infraestructura. Y también existe la necesidad de reducir la corrupción, mejorar la transparencia y salirse de las políticas confrontacionales que hoy predominan en ambos países.

Esta lista de remedios fácilmente se podría aplicar a las economías de América Latina. Como también son países de ingresos medios, parecen compartir muchos de los puntos débiles de las economías del Este Asiático. Para ambas regiones, el futuro parece menos predecible de lo que generalmente se cree. Están lejos de asegurarse tasas de crecimiento de 6%

4. Países con reformas y crecimiento exitoso, como Irlanda, se recuperarán rápidamente de la crisis.

Antes de la crisis financiera países como Irlanda y España se consideraban modelos dignos de imitar, porque eran economías bien gestionadas que en un período de dos a tres décadas transitaron de un estatus de países de ingresos medios a uno de países avanzados. Los llamábamos “países exitosos afines”. 

Aun en febrero de 2010, dos respetados economistas irlandeses publicaron un libro titulado “What did we do right: Perspectives from the Irish Miracle” (“Lo que hicimos bien: Perspectivas desde el Milagro Irlandés”). En esta colección de ensayos, colegas de muchos países elogiaban el modelo irlandés.

¿Qué es lo que se puede llamar el “Milagro Irlandés”? Con sólo mirar el PIB per cápita, los resultados de la economía irlandesa parecen sobresalientes. En 1985 el PIB per cápita era de US$ 15.000. En 2008 se había elevado a US$ 42.000. Dados estos exitosos resultados, una predicción razonable hubiera sido que, después de una recesión relativamente leve debido a la crisis financiera global, un fuerte repunte le permitiría a la economía irlandesa exhibir una vez más altas tasas de crecimiento basadas en fundamentos económicos saludables y un robusto crecimiento de las exportaciones.

Esa predicción hubiese sido errónea. De hecho, ocurrió justamente lo contrario: una profunda y prolongada recesión con un PIB que cayó en más de 10% en 2009 y 2010 y con una tasa de desempleo cercana a 15%. El colapso del sistema bancario le está costando a la economía irlandesa casi 50% de su PIB en dineros de rescate.

Lo que engañó a tantos observadores fue que en los últimos 20 años ese país pasó por dos apogeos: uno bueno y saludable en los años 90, y un “boom malo” desde 1999, el año en que Irlanda adoptó el euro y, por ende, aceptó que su política monetaria fuera dictada por el Banco Central Europeo desde Fráncfort.

El “buen boom” tenía su base en una política deliberada de atraer inversiones extranjeras directas, en especial multinacionales estadounidenses, al eliminar inicialmente el impuesto a las empresas, y fijarlo posteriormente en 12,5%, todavía considerablemente más bajo que en la UE. El auge también se basó en promover las exportaciones, sobre todo a los mercados de la UE; en moderar los salarios mediante los “Social Partnership Agreements” (acuerdos tripartitos entre el gobierno, federaciones de empleadores y asociaciones de trabajadores), lo que permitió controlar las presiones inflacionarias; y en enfatizar con fuerza una educación de calidad, en especial la educación técnica.
Lo que engañó a tantos observadores fue que en los últimos 20 años Irlanda pasó por dos apogeos: uno bueno y saludable en los años 90, y un “boom malo” desde 1999.El resultado fue que la economía irlandesa creció 7% al año entre 1990 y 1999 y las exportaciones se elevaron en promedio 15% al año. El desempleo bajó de 18% en 1990, a 3,7% en 2001. 

En cuanto adoptó el euro en 1999, Irlanda se vio inundada de financiamiento proveniente de la UE. Los préstamos bancarios aumentaron de 60% del PIB en 1997, a 200% del PIB en 2008 y 290% del PIB en 2009. Una parte significante correspondió a préstamos interbancarios de los bancos de la UE. Esto llevó a una drástica reducción de la tasa de interés real, de cerca de 9% en 1990 a una tasa real negativa durante la primera década de este siglo.

Lo que siguió era predecible, pero fue ignorado: un enorme auge inmobiliario y de la construcción. La participación relativa de estos sectores creció de 5% del PIB en 1995, a 20% del PIB en 2007. Al mismo tiempo, los salarios crecieron a un ritmo 40% superior a los de la UE, llevando a una pérdida de competitividad. Las exportaciones sufrieron, ya que una devaluación del tipo de cambio no era una opción. Los endeudados consumidores irlandeses no podían pagar sus préstamos y tampoco las empresas de construcción. Le siguió un colapso financiero a un costo colosal para las arcas fiscales, mientras que una cesación de pagos de la deuda soberana irlandesa sigue siendo una posibilidad.
Una de las muchas lecciones de la reciente experiencia irlandesa se refiere a los riesgos en que incurre un país –sus consumidores, banqueros, funcionarios de gobierno– cuando se acostumbra a “algo dado”: un crecimiento permanente de 6% a 7% al año, sin importar cómo se financia. Esto predispone a individuos, empresas, bancos y el gobierno a consumir y endeudarse más. 

La reciente experiencia de España y Grecia no es muy distinta de la irlandesa. Portugal, con sus propias peculiaridades, parece seguir el mismo camino.

5. Como consecuencia de la crisis, las coaliciones de gobierno colapsarán y ganará la oposición.

En medio de la crisis los gobiernos tienen que hacer lo que los mercados les dicen con el fin de evitar la cesación de pagos y el colapso financiero. Pero escuchar a los mercados en vez de a los votantes puede producir una severa reacción política. Al enfrentar reducciones de doble dígito en la producción y los salarios, con un dramático aumento en el desempleo y forzados a realizar los ajustes macros que se requieren para reconquistar la confianza de los inversionistas, los gobiernos perderán el apoyo de la gente. Prevalecerán el enojo y el desencanto. Protestas sociales debilitarán aún más a los que están en el poder. Será sólo cuestión de tiempo para que la oposición se haga con el poder. En círculos políticos, esta es una predicción bastante aceptada.

¿Es este realmente el resultado político que se puede esperar de la actual crisis? No necesariamente. Ciertamente, los resultados de las elecciones legislativas de Estados Unidos en noviembre del año pasado apuntaron en esa dirección. Sin duda, en muchos países las encuestas de opinión pública muestran una erosión del apoyo popular a los partidos que están en el poder, como es el caso de España, Grecia, Portugal o Irlanda.
Lo sorprendente es que, pese a ser medidas impopulares, los gobiernos europeos han tenido éxito en aprobar en sus parlamentos legislaciones que reducen el gasto público, aumentan los impuestos y despiden a trabajadores del sector público o reducen fuertemente sus salarios. En la actual crisis, políticos y ciudadanos parecen demostrar una resiliencia mayor a la esperada.

Un caso a destacar es el de Irlanda. Pese a que su economía ha estado al borde del colapso por dos años, no se han visto protestas sociales, huelgas generales u otras manifestaciones masivas. El ajuste económico impuesto por el gobierno incluye la reducción salarial para los trabajadores del sector público, cortes en beneficios sociales y aumentos tributarios.

Aún más sorprendente es lo que ocurre en Letonia. Su economía fue la más afectada en toda Europa. En 2009, el PIB cayó en 18% y el desempleo se disparó por sobre 20%. El déficit en la cuenta corriente alcanzó 25% del PIB. El balance fiscal muestra un déficit cercano a 10% del PIB.

En la actual crisis, políticos y ciudadanos parecen demostrar una resiliencia mayor a la esperada.La reacción del gobierno letonio fue imponer enormes cortes presupuestarios, aumentar los impuestos y reducir en 35% los salarios del sector público. Fue el ajuste más duro de la UE. Después el gobierno convocó a elecciones generales. El Primer Ministro y su coalición gobernante hicieron una campaña que anunciaba la continuidad de las duras medidas de ajuste y fueron reelegidos con casi 60% de los votos. Nadie hubiera predicho este resultado.

Hay varios factores que explican esto, empezando con que ese país había pasado por una dura y dolorosa transición desde 1989. Pero tantos años de ajustes políticos y económicos produjeron años de gloria. Durante la década de 2000 a 2010, su economía creció en promedio 7% al año. Parece ser que para Letonia se volvió políticamente aceptable pagar un alto costo con tal de volver a un proceso de crecimiento dinámico.

El caso de Letonia parece probar que, bajo circunstancias excepcionales y si el futuro viable de la nación está en peligro, es posible que los votantes en una democracia sean capaces de aceptar sacrificios económicos en vez de buscar beneficios inmediatos.

¿Es una lección que se puede generalizar? Ciertamente, no. En la mayoría de las democracias consolidadas lo que prevalecerá como consecuencia de una crisis financiera y los costos asociados a ésta será un gobierno debilitado, con poco espacio para ajustes y para implementar las reformas estructurales necesarias para retomar un crecimiento sostenible de largo plazo. Esta es una predicción que, probablemente, resultará verdadera. A no ser que un liderazgo excepcional pueda persuadir a los votantes de lo contrario.

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