Autor: Manuel Marfán
Fuente: La Tercera

No soy muy asiduo a los balances. Me siento más a gusto escribiendo sobre el futuro: las oportunidades y los riesgos que éste presenta, las metas de mediano plazo a alcanzar y la agenda de corto plazo para lograrlo, y así. Con todo, me atrevo a hacer un balance (incompleto).

En una mirada larga, las cifras impresionan. En lo económico, el PIB real de 2019 será 3,8 veces el de 1990; las exportaciones de bienes y servicios serán 4 veces, la inversión bruta fija será 6,5 veces, y así podríamos seguir con las remuneraciones y otros indicadores. En lo social, el porcentaje de la población que vive con menos de US$ 5,5 diarios cayó desde un 52,8% en 1987 a un 6,4% en 2017 (B. Mundial), y el coeficiente de Gini -que mide la concentración del ingreso-cayó desde un 0.562 a 0.466 en el mismo período (B. Mundial). Me atrevo a decir que se trata del avance más rápido de estos indicadores en la historia mundial moderna. La participación de mujeres en la fuerza de trabajo ha aumentado y, para las cohortes más jóvenes, esa participación equivale al promedio de la OCDE desde hace ya 10 años. ¿Estoy orgulloso de todo eso? Sí. ¿Estoy contento con eso? Rotundamente ¡NO! ¿Por qué?

Sin el ánimo de frivolizar el argumento, la historia reciente es como la del equipo de mis amores, que volvió a la primera división en 1990, ganó campeonatos nacionales, y obtuvo la Copa Sudamericana en 2011. Desde entonces todo ha sido retroceso. Como Chile a fines del siglo XIX, que teniéndolo todo para dar el salto al desarrollo no lo logró. O como los últimos 10 años de nuestra historia. Pareciera que al tener éxitos relevantes, en vez de impulsarnos a etapas superiores, nos llevaran al relajo, a la indolencia y a dejarnos estar.

Casi todas las cifras económicas que mencionamos se desaceleraron gravemente en los últimos 10 años. Todo esto mientras el resto del mundo ha cambiado aceleradamente. El éxito en el combate a la pobreza que se señaló tiene como contrapartida el surgimiento de una nueva clase media a la que no se ha atendido adecuadamente. El ingreso masivo de mujeres a trabajos remunerados les ha dado más libertad. Pero después de la libertad viene la igualdad, en que estamos al debe. El orgullo por el buen funcionamiento de nuestras instituciones se ha desplomado con los escándalos de Carabineros y el Ejército, pero también con el claro deterioro de la credibilidad y legitimidad de muchas otras. La política, por último, también ha ido de más a menos, y es la principal responsable del descontento actual.

Los últimos 10 años culminaron con la peor crisis social de nuestra historia. La sensación actual es que no somos un oasis sino que, más bien, no hemos estado a la altura de los desafíos que hemos enfrentado. El no sentirnos tan exitosos quizás nos ayude a disipar el relajo, la indolencia y el habernos dejado estar. Ese es mi deseo, y lo que les deseo a todos ustedes en esta nueva década.

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