Autor: José Pablo Arellano
Fuente: El Mercurio

Hemos vivido un ciclo de altos precios del cobre y, sobretodo, de excepcionalmente altos ingresos para el Estado provenientes de la minería del cobre.

Desde el año 2005 el país se ha visto favorecido por precios del cobre mayores a dos dólares la libra. Ni siquiera en el año 2009, el más agudo de la reciente crisis internacional, los precios cayeron por debajo de los dos dólares. Este precio de dos dólares es, en moneda actual, el promedio registrado en los últimos 100 años.

Este ciclo de precios altos ha ocurrido después de un periodo de prácticamente 30 años -desde 1975 al 2004- con precios bastante por debajo de los dos dólares.

Pero no es solo que hayamos tenido precios altos durante estos últimos años, ello ha ocurrido con niveles récord de producción de cobre y molibdeno, récords no solo en términos absolutos, sino como proporción de la producción de cobre y molibdeno en el mundo. Es cierto que históricamente Chile ha sido un gran productor de cobre, pero lo excepcional de este periodo es que a partir de los aumentos de producción registrados en los años 90, durante los años 2000 hemos estado produciendo la tercera parte del cobre en el mundo y más del doble de lo que producíamos anualmente hasta 1994. 

Precios más altos y mucha mayor producción se han traducido en bonanza. Esto se ha manifestado en toda la economía, pero particularmente en los excepcionales ingresos que ha recaudado el Estado. Se recaudaron niveles récord de impuestos de las empresas de la gran minería, a los que se suman las utilidades en el caso de Codelco. 

Estos récords ya son cosa del pasado, y no solo a raíz del debilitamiento del mercado de los últimos días, que ha mostrado precios por debajo de los tres dólares. Esto ya sucedió el año pasado. 

En efecto, el año 2013 el Estado tuvo ingresos por US$ 5.800 millones, por debajo de los más de US$ 6.000 millones recibidos el 2005, y muy por debajo de los más de US$ 10.000 millones anuales percibidos en promedio entre el 2006 y el 2012. Para el año en curso, las proyecciones están por debajo de los US$ 5.000 millones. No solo la caída de precios, sino especialmente los mayores costos explican la fuerte caída en la recaudación del Estado. 

Difícilmente en el próximo quinquenio se repetirá la bonanza de los últimos años. Sin embargo, los gastos del Estado han estado aumentando, acomodándose gradualmente a esos mayores niveles de recaudación fiscal. Esto plantea un desafío importante para la política fiscal futura, de la cual no hay conciencia. El Estado va a contar con unos US$ 5.000 millones menos al año que lo que recibió anualmente durante los siete años de bonanza. 

Visto a posteriori, los ingresos extraordinarios de los años de bonanza terminaron gastándose casi completamente: A fines del 2005, el gobierno tenía deudas que superaban los activos del Tesoro en US$ 5.700 millones; en los tres años siguientes hubo reducción de deudas y sobre todo una fuerte acumulación de activos financieros, parte de los cuales se usaron el 2009 para contrarrestar la caída de ingresos por la crisis internacional. 

Aun así, a fines del 2009 los activos del Tesoro superaban las deudas en más de US$ 5.000 millones, lo que revela que en esos cuatro años, aun después del uso de ahorros por la crisis, se ahorraron cerca de US$ 10.700 millones. La situación ha sido distinta en los cuatro últimos años, ya que producto de los déficits presupuestarios, el 2013 terminó con deudas mayores a los activos en más de 3.000 millones. Mirado el periodo de bonanza completo, estamos casi igual en términos de los activos financieros netos del gobierno. Esto es, a fines del 2013 el gobierno tiene deudas en exceso respecto de sus activos, en montos similares a los de diciembre del 2005. 

Mirando a futuro, se requiere renovar el compromiso con la responsabilidad fiscal en medio de una realidad fiscal distinta a la que prevaleció durante los últimos dos gobiernos, porque aun si tuviéramos precios del cobre algo superiores a los tres dólares, la bonanza ya terminó. Mientras antes tomemos conciencia de esta nueva realidad, mejor para corregir expectativas desmedidas y actuar con realismo, evitando frustraciones y priorizando entre las múltiples necesidades y demandas.

Fuente: El Mercurio

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