El ex canciller y hoy presidente de CIEPLAN analiza la actual crisis de UNASUR y pone en la mira a una convergencia entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico para una mayor injerencia de América Latina.

La Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) vive uno de sus momentos más críticos desde su creación.

Los hechos que lo confirman son numerosos: no existe consenso para nombrar a un nuevo secretario general (Ernesto Samper estuvo en el cargo hasta 2017); seis de los doce países que la componen decidieron suspender su participación (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú); y Evo Morales, presidente pro témpore de UNASUR, reconoció abiertamente la debacle: «Lamento mucho decirles que está en crisis». 

Es este escenario el que analizó Alejandro Foxley, presidente de CIEPLAN, en su más reciente columna y que hoy profundiza en esta entrevista. 

Como ministro de Relaciones Exteriores entre 2006 y 2009, Foxley fue un testigo privilegiado de los inicios de UNASUR y hoy tiene una visión crítica sobre la situación de la Unión de Naciones del Sur y qué pudo haberla llevado al escenario en el que se encuentra.

-¿A qué razones atribuiría la actual situación de UNASUR?
Para entenderla creo que hay que mirar hacia atrás, a cómo se creó UNASUR. Brasil tomó la iniciativa de provocar un encuentro que llevara a una asociación de los países de América del Sur.

En ese tiempo yo estaba en Cancillería y me tocó conversar repetidamente sobre esto con el canciller brasileño, Celso Amorim, y nosotros inmediatamente dimos nuestro apoyo y varios otros países también lo hicieron.

Pero en las reuniones multilaterales de Presidentes y donde asistíamos los ministros, Hugo Chávez dijo que el enfoque era equivocado. Brasil lo propuso como una organización en la que se buscaban convergencias e integración en la región. Existía Mercosur, el Pacto Andino, ALADI, y otras, pero Venezuela dijo que el enfoque era incorrecto y que él creía que la integración debía ser una unión de países del sur contra los países del norte, o “el imperio”, como él los llamaba. De ahí salió el nombre UNASUR. 

Comenzó a ocurrir que había reuniones de Presidentes, de Cancilleres, donde se hablaba de todos los temas, pero no se avanzaba en cosas importantes de forma significativa. 

Entonces ocurrió que había una súper estructura financiada (por pocos países, pero financiada al fin y al cabo), pero sin avances significativos en esta integración, porque en primer lugar no había acuerdo en aparecer como países del sur enfrentando a los del norte. Lo que queríamos era un sumar fuerza para tener voz que se escuchara más en el mundo internacional.

-¿Era algo que se veía venir entonces, si no había acuerdo ni siquiera desde su origen?
Creo que sí. Sin embargo los que estábamos ahí, estuvimos lealmente participando. Una de las pocas acciones exitosas ocurrió en Santiago, para apoyar a Evo Morales en un momento en que su presidencia estaba siendo cuestionada internamente para debilitarlo y hacerlo renunciar. La Presidenta Bachelet decidió convocar a una cumbre y se logró un acuerdo de respaldo al gobierno de Morales y de señalar que jamás apoyaríamos movimientos que buscaran desestabilizar gobiernos democráticamente elegidos. 

-¿Cree que la existencia de UNASUR es necesaria hoy?
Los hechos han demostrado que UNASUR no ha encontrado su lugar para ser un aporte a la vieja aspiración latinoamericana de la integración. En un momento teníamos más de once acuerdos de integración entre países, y sin embargo ahí quedan. UNASUR no es el primer caso de una iniciativa que después de un comienzo auspicioso, se estanca o se termina. 

Creo que la crisis de UNASUR es una mezcla de todos estos factores y de la dificultad que han tenido para encontrar un nombre para el nuevo secretario ejecutivo. Es una crisis producto de un enfoque yo creo erróneo, de obligar a alinearse con posturas ideológicos a los partidos de América del Sur. 

-¿No es un reflejo de una fragmentación política de la región?
Más que una fragmentación, es un reflejo de esquemas que se diseñan a nivel de estructuras más bien burocráticas, de arriba hacia abajo, sin consideración de los agentes y actores económicos significativos, se dan instrucciones al resto del aparato estatal, y en la práctica es poco lo que ocurre, no hay formas prácticas de implementar eso, excepto cuando industrias específicas se ponen de acuerdo, como la industria automotriz de Brasil y Argentina, con un rol catalizador del Estado. 

Lo segundo es que una integración, para que funcione en América Latina, debe aceptar el principio de la diversidad. Si uno busca un bloque ideológico es obvio que no va a lograr reunir a todos los países.

-¿Tendrá algún tipo de efecto político o de integración un posible término de la UNASUR?
Es difícil vaticinar porque depende de cómo se resuelva la crisis de Venezuela o lo que ocurra en Ecuador por mencionar dos casos, porque pudiera ser que esos países se muevan a visiones más abiertas y ahí podrían volver a sentarse en la mesa de UNASUR para tener un enfoque más desde la sociedad civil, desde los actores económicos, para una integración de verdad, no sólo comercial. 

-En este escenario, ¿qué iniciativas están siendo o deberían ser priorizadas por los países de la región?
La Alianza del Pacífico. Es la más promisoria, porque ha logrado despejarse de los temas políticos e ideológicos y está tratando de realizar una integración más real, de infraestructura, telecomunicaciones, iniciativas empresariales, reglas comerciales comunes, etc. 

Si lograra convencer a Argentina y Brasil de buscar una convergencia entre Alianza del Pacífico y Mercosur, sería un camino extremadamente promisorio para lograr una integración de verdad, en la diversidad de todos los países de América del Sur. Eso nos daría un poder de negociación mucho más fuerte con la Unión Europea, con los países del Asia, nos permitiría aumentar las escalas de producción para llegar a los mercados de China. A mi juicio es el camino que podría rendir los mejores frutos


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